No le veo el sentido a la vida. Recuerdo que el día de mi
cumpleaños, hace tres días, bailé hasta reventar y no quité de mi cara la
sonrisa en el resto de la noche. Recuerdo haber reído junto a ellos y haber
bebido más de un litro de refresco con cafeína. Recuerdo que el viernes
llegamos a clase con ojeras por haber trasnochado. Es más, no llegamos a dormir
ni media hora, nos dirigimos todos en el metro hasta clase con el aspecto
enfermizo de quien se ha pasado la noche emborrachándose. Ninguno de nosotros –tal
vez Marc –lo hizo. Así que no nos importaba lo que las ancianas que utilizan el
transporte público pensasen. Nos dieron las notas ése mismo día y para mi
agradable sorpresa únicamente había suspendido catalán. Con una nota bajísima
en dibujo artístico pero ya me daba igual el dibujo artístico, era feliz con mi
White Falcon en la espalda colgada durante el resto del día.
Recuerdo haber recibido la llamada de mi amigo Cristian ése
mismo viernes, él es un chico que vive en Cádiz y que siempre me ha ayudado.
Bueno, desde que nos conocemos. Recuerdo habérselo contado todo con emoción y
voz afónica desde mi casa, recuerdo haberme puesto a llorar tras explicarlo con
lujo de detalles. Recuerdo haberme despedido con una sonrisa. Se convertía en costumbre lo de sonreír. Y
recuerdo las postales de felicitación de mis amigas de Madrid. Algo extraño,
siempre estuvieron ahí, durante la secundaria, secando mis lágrimas en la
distancia. Una de las cartas vino con un autógrafo de James y Oliver Phelps,
los actores que protagonizan a los gemelos de Harry Potter. Me hicieron sonreír
también. Pero lo único que hice fue tocar a Verónica
durante toda la tarde. Y durante todo el sábado. El domingo me esforcé en hacer
la maleta para irme de viaje.
Y llegamos de nuevo a mi presente. Es domingo y van a dar
las once de la noche, estoy en el colegio, al lado de mis amigos, suspirando y
esperando a que llegue la hora de irnos. Estoy hastiada porque en ésos tres
días pese a lo que dije por teléfono no pude hablar con él. Me quedé dormida
inmediatamente cada una de las noches y no llegué a tiempo. Lo he pensado y me
separo un poco de mis amigos tomando mi teléfono móvil y escribiendo un email
con él. En él le explico que he tenido bastante trabajo estos días, que he
tenido muchas entregas escolares para conseguir un aprobado. Le cuento que me
encanta Verónica y que no puedo dejar
de tocarla, que le agradezco de todo corazón que haya hecho eso por mí y que…
es el culpable de mis sonrisas. Le digo que mi inspiración parece haber vuelto a
mí. Y lo más importante. Le cuento que estaré una semana sin hablar con él, que
me voy de viaje escolar al País Vasco, a ver museos y cosas artísticas. Y, como
siempre, termino con un “I miss you”
igual al que él utilizaba como pseudónimo el primer día que entablamos
conversación por Messenger.
Irene asoma su cabeza sobre mi hombro y me estira de los
mofletes, feliz. Se sienta sobre mis piernas y echa una ojeada al email. Me
abraza con sencillez, riendo, y respira en mi cuello, besándolo después. Sabe
lo nerviosa que me pone que lo haga aunque me encanta que me preste tanta
atención. Ella tiene novio –Duno, Delto, Dante creo que se llama, pero no lo sé
del todo –y aun así se pasa el día provocándome.
—A pesar de esto… Seré tu princesa siempre ¿verdad?
—¿No te cansas de preguntármelo, Irene? —le pregunto
sonriendo de lado, le devuelvo el abrazo y beso sus labios con paciencia y
lentitud. Siempre va a haber éste tipo de confianzas con ella. Una tos nos hace
levantar cabeza. Si antes dije que no recordaba cómo se llamaba su novio,
mentí. Se llama Dalas y lo sé porque Irene se pasó el día entero hablando de él
antes de comenzar a salir ambos. Está tras de mi y me reclama a su novia, la
abrazo posesivamente y le saco la lengua—. Bueno, te la devuelvo porque me la
voy a quedar durante todo el viaje. —le replico soltando a mi pequeña rubia.
Al autobús nos subimos aproximadamente a la una de la mañana
y no puede faltar el beso de despedida que todo el mundo da a su pareja. Yo
sigo sola. Siempre sola. No me importa demasiado pero es triste quedarme de pie
recibiendo abrazos de mis amigos mientras que el resto está meloso con sus
amores. Me imagino a mi chico anónimo abrazándome y besándome antes de subir a
embarcarme en una travesía de siete horas en carretera.
Al entrar la juerga comienza, somos artistas y no pretendía
pasar un viaje callada pero esperaba que me dejasen dormir. No lo hacen.
Empiezan a repartir tazas de café porque han traído termos. Sé que esto nos va
a afectar muchísimo, que no deberíamos estar haciéndolo porque realmente mañana
tendremos mucho sueño y nos espera un largo día de museos y arte. Pero no
opinan como yo. Nuestras voces se elevan, todas, la mía incluida, y hasta las
tres y media de la mañana no se ofrece un poco de tranquilidad, los gritos se
convierten en cuchicheos y yo, sentada al lado de Irene me dedico a jugar con
su pelo mientras caigo en el sueño. Ella juega a un juego tonto con mi teléfono
móvil hasta que parece estar cayendo rendida. Pero no se permite hacerlo, así
que se obliga a mantener los ojos abiertos.
—Nana… ¿Tú crees que Dalas y yo tenemos futuro?
—Claro que sí, enana…
—No me llames enana, no soy más pequeña, sólo bajita. —Se
ríe cuando yo murmuro “De acuerdo, princesa
¿Mejor así?” —. Me acuerdo del jueves… No esperaba verte llorar
precisamente a ti.
—Lo teníais todo planeado, cabrona.
—Por supuesto, Nana. ¿Por quién me tomas? Era más que obvio
que quería hacerte feliz. Me habías contado que desde sexto de primaria no lo
celebrabas con tus amigos, quería darte una sorpresa y la madre de Marc no
estaba en casa…
—Lo hiciste. Aún no lo he hecho pero… Quiero darte las
gracias, princesa.
—¿No te pareció realmente bonito lo que hizo él? —pregunta
continuando en la línea.
—Sí, Irene, sí. Me pareció realmente alucinante, pensaba en
no aceptarlo pero… Ya la había mandado, no podía devolvérsela, se sentiría mal.
Aunque creo que es demasiado, digo… Nadie se ha gastado tanto en un regalo para
mí nunca. No lo sé, creo que fue demasiado pero… en especial… La llamada… Dios,
quiero escuchar su voz de nuevo…
—Nana, dime algo. —murmura levantando la cabeza para
encararme y poder hablar con toda la seriedad conmigo, a veces me da miedo
cuando lo hace—. ¿Qué es él para ti?
—No lo sé. —le respondo en un murmuro también—. Es una
persona demasiado importante. Ya sé que no conozco su nombre ni su cara pero
desde que me envió el primer email, desde que lo empecé a conocer… Me gustaría
que estuviera aquí, en éste viaje, o tal vez esperándome en Barcelona a la
vuelta…—se lo cuento en voz baja para que el resto del autobús no se entere del
todo.
—Eres misteriosa, siempre has sido un misterio para mí… ¿Me
lo explicarás? ¿Me explicarás qué pasa por tu cabeza? —de nuevo lo hace, me
encanta y a la vez odio que lo haga, que se tumbe sobre mis piernas y me mire desde
abajo esperando mi respuesta. Me encanta porque es distinta y especial y creo
que ella puede derribar mis barreras pero en el fondo tiene razón, siempre he
sido cerrada de cara al mundo, siempre soy escandalosa y parece que me conoces,
pero si lo reflexionas te das cuenta de que no es así. Yo misma no me había fijado
hasta que Irene me lo dijo un día al azar en un momento al azar. Y aunque le
doy vueltas e intento negarlo: es verdad.
—Es extraño y puedes llamarme loca pero… ¿Es posible
enamorarse de alguien si no sabes nada realmente sobre él? Me siento sola,
Irene. A veces… A veces… Estoy rodeada de gente. Y no importa cuántas personas
sean porque sigo sintiéndome sola. Incluso ahora, contigo a mi lado, sé que no
lo estoy, sé que me apoyas, pero hay algo en mi interior que está mal, necesito
algo. Y no sé qué es. Y quisiera averiguarlo, porque la angustia a veces me
mata. No me entiendo… ¿Por qué siempre he sido diferente, Irene? ¿Por qué nunca
puedo ser feliz del todo?
—Shh, Nana, tranquila…—susurra levantándose de mis piernas y
abrazándome. Desde detrás sé que Marc nos mira sin atreverse a decir nada que
interrumpa el momento, a veces es capaz de respetarnos—. ¿Sabes qué veo cuando
te miro? —niego con la cabeza, esperando de nuevo su ingenio y ánimos—. Veo a
alguien diferente, sí, pero no es malo, es demasiado bueno. Veo a alguien
especial que no debería estar aquí, veo a alguien que realmente se merece ser
feliz. Pero ¿Sabes qué es lo que pienso, Nana, cuando lo analizo? —Vuelvo a
negar, sin ser capaz de hablar, porque lloro y de mis ojos caen lágrimas que
ella seca con sus dedos—. Pienso que tienes que pasarlo mal, que tienes que ver
y entender el mundo desde fuera, ser una vigilante, para ser mejor que las
personas normales. Eres especial, te lo repito, y si hay dolor ahora es para
que luego aprecies mucho más la felicidad, para que luego no puedas dejar de
sonreír junto a nosotros. Porque ten seguro que nosotros estaremos ahí cuando,
finalmente, el mundo se dé cuenta de quién eres. —Me aprieta más contra ella y
me acaricia el pelo, corto.
Marc aprovecha este momento para asomar su cabeza por el
hueco de los asientos y hablar con paciencia y tranquilidad porque su compañero
se ha quedado dormido. ¿En qué asiento se habrá puesto Gato Negro? No lo sé,
pero sé que estará bien. Marc acaricia también mi cabeza y me separa de mi
princesa para poder verme sin impedimentos. A veces es capaz de ser sensible.
—¿Sabes qué creo yo, Hermanita? —Siempre me llama así, dice
que me tiene que proteger aunque yo lo niegue y me haga la fuerte—. Creo que
puedes amar a alguien de quien no conoces el rostro. Recuerda lo que dicen los
artistas y los locos, el amor es ciego. ¿Por qué no puede serlo para ti
también? —pero parece que se ha cansado de ser filosófico porque me despeina
con fuerza y se ríe—. Además se tienen que dar cuenta del genio que hay dentro
de ti y el mundo va a temblar cuando salgamos a la luz como grupo de música. En
serio, enana, tú y yo llegaremos lejos. Peeero por ahora estamos yendo hacia
Euskadi y eso es lo que importa, no te rayes.
Asiento y le beso en la frente antes de recostarme en el
asiento con Irene encima, como antes y cerrar los ojos. Murmuro un “buenas noches” e Irene ríe antes de
abrazarse a mi cintura en afán de peluche. Creo que tomaré complejo de
compañera inerte de cama si todo esto continúa así durante nuestro viaje.
No despierto por mi propio pie, para nada. Son los maestros
los que hacen ruido para que abramos los ojos y bajemos del vehículo que ya ha
estacionado. Hace muchísimo más frío que en Barcelona pero no es de extrañar
teniendo en cuenta que estamos al norte del país. Mi mirada viaja por encima de
mis compañeros, realmente volvemos a aparentar ser unos estudiantes
universitarios resacosos. Cosa que no somos, simplemente tenemos una falta de
sueño bastante grande.
—Os lo advertí ayer antes de empezar a contar elefantes y
telarañas. —dejo caer en el aire y me encojo de hombros despertando a Irene.
Ella abre los ojos lentamente también y Marc hace algo que era obvio y parecía
previsto por completo. Se acerca a ella y la levanta en brazos despertándola
del todo. Irene grita y se revuelve para bajar.
Una vez hemos bajado del autobús y tenemos las maletas me
doy cuenta de que no tengo mi teléfono móvil. Irene se ríe cuando se lo digo y
rebusca en su falda para dármelo. Se disculpa alegando que se le olvidó dármelo
por la noche. Me encanta su sonrisa traviesa, ésa que solamente pone cuando ha
hecho algo en extremo reprochable. Miro el aparato y en apariencia no le ha
sucedido nada. Pero fijándome un poco más veo que hay fotografías nuevas en la
cámara. Al abrirlas veo la cosa más horrible que pudo pasar: Soy yo durmiendo
con una sonrisa en los labios.
—¿Sabes qué? A veces te odio muchísimo. —le digo
completamente en serio. Pero nuestra pequeña rabieta dura apenas unos instantes
porque nos tenemos que encaminar hacia el primer museo, hacia las esculturas, a
aprender. Siempre es aprender. Y me encanta, no sé por qué. Me gusta el
conocimiento, la experiencia.
Podré jurar, años después, que la brisa que toca y acaricia
mi cara en el peine de los vientos es algo que no habré olvidado porque me
puedo sentir libre por unos instantes y soñar, soñar que vuelo por ése cielo
azul despejado que hay hoy. Me encanta. De nuevo pienso en mis proyectos, en
mis ganas de vivir una vida que parece que no me quiere en ella. Pero las palabras
de mis amigos me hacen despertar de pronto.
Todo vuelve a tener sentido. Sonrío y me dedico a disfrutar
el viaje. No se puede resumir en unas líneas la falta de sueño que me acosa
durante el resto de días, las comidas se me hacen siempre pesadas porque apenas
me gusta nada de lo que sirven en el lugar, pero a veces están bien, supongo.
Los hoteles son bonitos, se puede descansar en ellos y disfrutar de las vistas
que nos ofrece ésta región de España. Por eso cada una de las esculturas, cada
una de las obras de arte que vemos, me llegan al corazón.
Por eso no evito que Irene me haga fotos pero no falta el
momento en que se las hago yo a ella sin importarme sus quejas. Por eso me
gusta el lugar. Se comparten los momentos con amigos, se comparten risas y
exclamaciones, se comparten las broncas por hacer algo que no debimos. Me río
por no llorar cuando me quedo fuera del cuarto y me cierran por dentro aunque
yo llevo solamente la ropa interior. Me deshago en lágrimas cuando llega la
nostalgia en determinado momento antes de dormir. Y siempre está ahí Irene,
echándome fotos sin mi permiso. Igualmente la adoro. No sé qué debe estar
tramando, no quiero saber qué está tramando. Me gusta la intriga.
Y sonrío cuando llega el final del viaje y nos montamos en
el autobús. Como siempre, doy la nota porque voy en pijama. Bostezo y me siento
en el mismo lugar que en el camino de ida. Irene vuelve a estar sentada a mi
lado y yo me limito a iniciar alguna broma, algo que poder recordar junto a los
retazos de éste viaje que me ha alejado de la rutina por una semana entera.
Creo que a lo lejos escucho aullar a Gato Negro.
Marina.
"-Es extraño y puedes llamarme loca pero… ¿Es posible enamorarse de alguien si no sabes nada realmente sobre él? Me siento sola, Irene. A veces… A veces… Estoy rodeada de gente. Y no importa cuántas personas sean porque sigo sintiéndome sola. Incluso ahora, contigo a mi lado, sé que no lo estoy, sé que me apoyas, pero hay algo en mi interior que está mal, necesito algo. Y no sé qué es. Y quisiera averiguarlo, porque la angustia a veces me mata. No me entiendo… ¿Por qué siempre he sido diferente, Irene? ¿Por qué nunca puedo ser feliz del todo?"
ResponderEliminarComo lo entiendo, en serio, nunca habría explicado mejor lo que a mí misma me pasa. Nuevamente te doy la enhorabuena por este nuevo capítulo y decirte que espero ansiosa leer el siguiente.