jueves, 5 de abril de 2012

Tercera sonrisa


No le veo el sentido a la vida. Recuerdo que el día de mi cumpleaños, hace tres días, bailé hasta reventar y no quité de mi cara la sonrisa en el resto de la noche. Recuerdo haber reído junto a ellos y haber bebido más de un litro de refresco con cafeína. Recuerdo que el viernes llegamos a clase con ojeras por haber trasnochado. Es más, no llegamos a dormir ni media hora, nos dirigimos todos en el metro hasta clase con el aspecto enfermizo de quien se ha pasado la noche emborrachándose. Ninguno de nosotros –tal vez Marc –lo hizo. Así que no nos importaba lo que las ancianas que utilizan el transporte público pensasen. Nos dieron las notas ése mismo día y para mi agradable sorpresa únicamente había suspendido catalán. Con una nota bajísima en dibujo artístico pero ya me daba igual el dibujo artístico, era feliz con mi White Falcon en la espalda colgada durante el resto del día.

Recuerdo haber recibido la llamada de mi amigo Cristian ése mismo viernes, él es un chico que vive en Cádiz y que siempre me ha ayudado. Bueno, desde que nos conocemos. Recuerdo habérselo contado todo con emoción y voz afónica desde mi casa, recuerdo haberme puesto a llorar tras explicarlo con lujo de detalles. Recuerdo haberme despedido con una sonrisa. Se convertía en costumbre lo de sonreír. Y recuerdo las postales de felicitación de mis amigas de Madrid. Algo extraño, siempre estuvieron ahí, durante la secundaria, secando mis lágrimas en la distancia. Una de las cartas vino con un autógrafo de James y Oliver Phelps, los actores que protagonizan a los gemelos de Harry Potter. Me hicieron sonreír también. Pero lo único que hice fue tocar a Verónica durante toda la tarde. Y durante todo el sábado. El domingo me esforcé en hacer la maleta para irme de viaje.

Y llegamos de nuevo a mi presente. Es domingo y van a dar las once de la noche, estoy en el colegio, al lado de mis amigos, suspirando y esperando a que llegue la hora de irnos. Estoy hastiada porque en ésos tres días pese a lo que dije por teléfono no pude hablar con él. Me quedé dormida inmediatamente cada una de las noches y no llegué a tiempo. Lo he pensado y me separo un poco de mis amigos tomando mi teléfono móvil y escribiendo un email con él. En él le explico que he tenido bastante trabajo estos días, que he tenido muchas entregas escolares para conseguir un aprobado. Le cuento que me encanta Verónica y que no puedo dejar de tocarla, que le agradezco de todo corazón que haya hecho eso por mí y que… es el culpable de mis sonrisas. Le digo que mi inspiración parece haber vuelto a mí. Y lo más importante. Le cuento que estaré una semana sin hablar con él, que me voy de viaje escolar al País Vasco, a ver museos y cosas artísticas. Y, como siempre, termino con un “I miss you” igual al que él utilizaba como pseudónimo el primer día que entablamos conversación por Messenger.

Irene asoma su cabeza sobre mi hombro y me estira de los mofletes, feliz. Se sienta sobre mis piernas y echa una ojeada al email. Me abraza con sencillez, riendo, y respira en mi cuello, besándolo después. Sabe lo nerviosa que me pone que lo haga aunque me encanta que me preste tanta atención. Ella tiene novio –Duno, Delto, Dante creo que se llama, pero no lo sé del todo –y aun así se pasa el día provocándome.

—A pesar de esto… Seré tu princesa siempre ¿verdad?

—¿No te cansas de preguntármelo, Irene? —le pregunto sonriendo de lado, le devuelvo el abrazo y beso sus labios con paciencia y lentitud. Siempre va a haber éste tipo de confianzas con ella. Una tos nos hace levantar cabeza. Si antes dije que no recordaba cómo se llamaba su novio, mentí. Se llama Dalas y lo sé porque Irene se pasó el día entero hablando de él antes de comenzar a salir ambos. Está tras de mi y me reclama a su novia, la abrazo posesivamente y le saco la lengua—. Bueno, te la devuelvo porque me la voy a quedar durante todo el viaje. —le replico soltando a mi pequeña rubia.

Al autobús nos subimos aproximadamente a la una de la mañana y no puede faltar el beso de despedida que todo el mundo da a su pareja. Yo sigo sola. Siempre sola. No me importa demasiado pero es triste quedarme de pie recibiendo abrazos de mis amigos mientras que el resto está meloso con sus amores. Me imagino a mi chico anónimo abrazándome y besándome antes de subir a embarcarme en una travesía de siete horas en carretera.

Al entrar la juerga comienza, somos artistas y no pretendía pasar un viaje callada pero esperaba que me dejasen dormir. No lo hacen. Empiezan a repartir tazas de café porque han traído termos. Sé que esto nos va a afectar muchísimo, que no deberíamos estar haciéndolo porque realmente mañana tendremos mucho sueño y nos espera un largo día de museos y arte. Pero no opinan como yo. Nuestras voces se elevan, todas, la mía incluida, y hasta las tres y media de la mañana no se ofrece un poco de tranquilidad, los gritos se convierten en cuchicheos y yo, sentada al lado de Irene me dedico a jugar con su pelo mientras caigo en el sueño. Ella juega a un juego tonto con mi teléfono móvil hasta que parece estar cayendo rendida. Pero no se permite hacerlo, así que se obliga a mantener los ojos abiertos.

—Nana… ¿Tú crees que Dalas y yo tenemos futuro?

—Claro que sí, enana…

—No me llames enana, no soy más pequeña, sólo bajita. —Se ríe cuando yo murmuro “De acuerdo, princesa ¿Mejor así?” —. Me acuerdo del jueves… No esperaba verte llorar precisamente a ti.

—Lo teníais todo planeado, cabrona.

—Por supuesto, Nana. ¿Por quién me tomas? Era más que obvio que quería hacerte feliz. Me habías contado que desde sexto de primaria no lo celebrabas con tus amigos, quería darte una sorpresa y la madre de Marc no estaba en casa…

—Lo hiciste. Aún no lo he hecho pero… Quiero darte las gracias, princesa.

—¿No te pareció realmente bonito lo que hizo él? —pregunta continuando en la línea.

—Sí, Irene, sí. Me pareció realmente alucinante, pensaba en no aceptarlo pero… Ya la había mandado, no podía devolvérsela, se sentiría mal. Aunque creo que es demasiado, digo… Nadie se ha gastado tanto en un regalo para mí nunca. No lo sé, creo que fue demasiado pero… en especial… La llamada… Dios, quiero escuchar su voz de nuevo…

—Nana, dime algo. —murmura levantando la cabeza para encararme y poder hablar con toda la seriedad conmigo, a veces me da miedo cuando lo hace—. ¿Qué es él para ti?

—No lo sé. —le respondo en un murmuro también—. Es una persona demasiado importante. Ya sé que no conozco su nombre ni su cara pero desde que me envió el primer email, desde que lo empecé a conocer… Me gustaría que estuviera aquí, en éste viaje, o tal vez esperándome en Barcelona a la vuelta…—se lo cuento en voz baja para que el resto del autobús no se entere del todo.

—Eres misteriosa, siempre has sido un misterio para mí… ¿Me lo explicarás? ¿Me explicarás qué pasa por tu cabeza? —de nuevo lo hace, me encanta y a la vez odio que lo haga, que se tumbe sobre mis piernas y me mire desde abajo esperando mi respuesta. Me encanta porque es distinta y especial y creo que ella puede derribar mis barreras pero en el fondo tiene razón, siempre he sido cerrada de cara al mundo, siempre soy escandalosa y parece que me conoces, pero si lo reflexionas te das cuenta de que no es así. Yo misma no me había fijado hasta que Irene me lo dijo un día al azar en un momento al azar. Y aunque le doy vueltas e intento negarlo: es verdad.

—Es extraño y puedes llamarme loca pero… ¿Es posible enamorarse de alguien si no sabes nada realmente sobre él? Me siento sola, Irene. A veces… A veces… Estoy rodeada de gente. Y no importa cuántas personas sean porque sigo sintiéndome sola. Incluso ahora, contigo a mi lado, sé que no lo estoy, sé que me apoyas, pero hay algo en mi interior que está mal, necesito algo. Y no sé qué es. Y quisiera averiguarlo, porque la angustia a veces me mata. No me entiendo… ¿Por qué siempre he sido diferente, Irene? ¿Por qué nunca puedo ser feliz del todo?

—Shh, Nana, tranquila…—susurra levantándose de mis piernas y abrazándome. Desde detrás sé que Marc nos mira sin atreverse a decir nada que interrumpa el momento, a veces es capaz de respetarnos—. ¿Sabes qué veo cuando te miro? —niego con la cabeza, esperando de nuevo su ingenio y ánimos—. Veo a alguien diferente, sí, pero no es malo, es demasiado bueno. Veo a alguien especial que no debería estar aquí, veo a alguien que realmente se merece ser feliz. Pero ¿Sabes qué es lo que pienso, Nana, cuando lo analizo? —Vuelvo a negar, sin ser capaz de hablar, porque lloro y de mis ojos caen lágrimas que ella seca con sus dedos—. Pienso que tienes que pasarlo mal, que tienes que ver y entender el mundo desde fuera, ser una vigilante, para ser mejor que las personas normales. Eres especial, te lo repito, y si hay dolor ahora es para que luego aprecies mucho más la felicidad, para que luego no puedas dejar de sonreír junto a nosotros. Porque ten seguro que nosotros estaremos ahí cuando, finalmente, el mundo se dé cuenta de quién eres. —Me aprieta más contra ella y me acaricia el pelo, corto.

Marc aprovecha este momento para asomar su cabeza por el hueco de los asientos y hablar con paciencia y tranquilidad porque su compañero se ha quedado dormido. ¿En qué asiento se habrá puesto Gato Negro? No lo sé, pero sé que estará bien. Marc acaricia también mi cabeza y me separa de mi princesa para poder verme sin impedimentos. A veces es capaz de ser sensible.

—¿Sabes qué creo yo, Hermanita? —Siempre me llama así, dice que me tiene que proteger aunque yo lo niegue y me haga la fuerte—. Creo que puedes amar a alguien de quien no conoces el rostro. Recuerda lo que dicen los artistas y los locos, el amor es ciego. ¿Por qué no puede serlo para ti también? —pero parece que se ha cansado de ser filosófico porque me despeina con fuerza y se ríe—. Además se tienen que dar cuenta del genio que hay dentro de ti y el mundo va a temblar cuando salgamos a la luz como grupo de música. En serio, enana, tú y yo llegaremos lejos. Peeero por ahora estamos yendo hacia Euskadi y eso es lo que importa, no te rayes.

Asiento y le beso en la frente antes de recostarme en el asiento con Irene encima, como antes y cerrar los ojos. Murmuro un “buenas noches” e Irene ríe antes de abrazarse a mi cintura en afán de peluche. Creo que tomaré complejo de compañera inerte de cama si todo esto continúa así durante nuestro viaje.

No despierto por mi propio pie, para nada. Son los maestros los que hacen ruido para que abramos los ojos y bajemos del vehículo que ya ha estacionado. Hace muchísimo más frío que en Barcelona pero no es de extrañar teniendo en cuenta que estamos al norte del país. Mi mirada viaja por encima de mis compañeros, realmente volvemos a aparentar ser unos estudiantes universitarios resacosos. Cosa que no somos, simplemente tenemos una falta de sueño bastante grande.

—Os lo advertí ayer antes de empezar a contar elefantes y telarañas. —dejo caer en el aire y me encojo de hombros despertando a Irene. Ella abre los ojos lentamente también y Marc hace algo que era obvio y parecía previsto por completo. Se acerca a ella y la levanta en brazos despertándola del todo. Irene grita y se revuelve para bajar.

Una vez hemos bajado del autobús y tenemos las maletas me doy cuenta de que no tengo mi teléfono móvil. Irene se ríe cuando se lo digo y rebusca en su falda para dármelo. Se disculpa alegando que se le olvidó dármelo por la noche. Me encanta su sonrisa traviesa, ésa que solamente pone cuando ha hecho algo en extremo reprochable. Miro el aparato y en apariencia no le ha sucedido nada. Pero fijándome un poco más veo que hay fotografías nuevas en la cámara. Al abrirlas veo la cosa más horrible que pudo pasar: Soy yo durmiendo con una sonrisa en los labios.

—¿Sabes qué? A veces te odio muchísimo. —le digo completamente en serio. Pero nuestra pequeña rabieta dura apenas unos instantes porque nos tenemos que encaminar hacia el primer museo, hacia las esculturas, a aprender. Siempre es aprender. Y me encanta, no sé por qué. Me gusta el conocimiento, la experiencia.

Podré jurar, años después, que la brisa que toca y acaricia mi cara en el peine de los vientos es algo que no habré olvidado porque me puedo sentir libre por unos instantes y soñar, soñar que vuelo por ése cielo azul despejado que hay hoy. Me encanta. De nuevo pienso en mis proyectos, en mis ganas de vivir una vida que parece que no me quiere en ella. Pero las palabras de mis amigos me hacen despertar de pronto.

Todo vuelve a tener sentido. Sonrío y me dedico a disfrutar el viaje. No se puede resumir en unas líneas la falta de sueño que me acosa durante el resto de días, las comidas se me hacen siempre pesadas porque apenas me gusta nada de lo que sirven en el lugar, pero a veces están bien, supongo. Los hoteles son bonitos, se puede descansar en ellos y disfrutar de las vistas que nos ofrece ésta región de España. Por eso cada una de las esculturas, cada una de las obras de arte que vemos, me llegan al corazón.

Por eso no evito que Irene me haga fotos pero no falta el momento en que se las hago yo a ella sin importarme sus quejas. Por eso me gusta el lugar. Se comparten los momentos con amigos, se comparten risas y exclamaciones, se comparten las broncas por hacer algo que no debimos. Me río por no llorar cuando me quedo fuera del cuarto y me cierran por dentro aunque yo llevo solamente la ropa interior. Me deshago en lágrimas cuando llega la nostalgia en determinado momento antes de dormir. Y siempre está ahí Irene, echándome fotos sin mi permiso. Igualmente la adoro. No sé qué debe estar tramando, no quiero saber qué está tramando. Me gusta la intriga.

Y sonrío cuando llega el final del viaje y nos montamos en el autobús. Como siempre, doy la nota porque voy en pijama. Bostezo y me siento en el mismo lugar que en el camino de ida. Irene vuelve a estar sentada a mi lado y yo me limito a iniciar alguna broma, algo que poder recordar junto a los retazos de éste viaje que me ha alejado de la rutina por una semana entera. Creo que a lo lejos escucho aullar a Gato Negro.

Marina.

1 comentario:

  1. "-Es extraño y puedes llamarme loca pero… ¿Es posible enamorarse de alguien si no sabes nada realmente sobre él? Me siento sola, Irene. A veces… A veces… Estoy rodeada de gente. Y no importa cuántas personas sean porque sigo sintiéndome sola. Incluso ahora, contigo a mi lado, sé que no lo estoy, sé que me apoyas, pero hay algo en mi interior que está mal, necesito algo. Y no sé qué es. Y quisiera averiguarlo, porque la angustia a veces me mata. No me entiendo… ¿Por qué siempre he sido diferente, Irene? ¿Por qué nunca puedo ser feliz del todo?"

    Como lo entiendo, en serio, nunca habría explicado mejor lo que a mí misma me pasa. Nuevamente te doy la enhorabuena por este nuevo capítulo y decirte que espero ansiosa leer el siguiente.

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