lunes, 28 de mayo de 2012

Octava Sonrisa.


Se puede admitir sin ningún tipo de problemas que pasé un día divertidísimo a su lado, incluso fuimos a comer a un restaurante japonés y nos encontramos con Olga a mitad de la tarde. Las tres recorrimos infinidad de tiendas, incluso cambiamos de centro comercial tres veces. No importó, y eso que siempre odié ir de tiendas. Muchísimo más que cualquier otra cosa.

Entre risas, helados de chocolate y vainilla (para Olga, más que nada… Jamás soportó el sabor del chocolate) y algún que otro CD que compramos en FNAC, el tiempo se ameniza suficiente como para permitirme desconectar y olvidar las lágrimas que solté durante la noche. Pero no el te amo. Presente en mi mente se repite una y otra vez en mi cabeza, con su tonalidad de voz exacta.

Es como un sueño, jamás pensé que me llegaría a poner tan feliz con apenas unas palabras. Porque son palabras, al fin y al cabo, simples palabras que me han alegrado el corazón y han logrado hacerme soñar unos instantes. Irene tenía razón cuando lo dijo, al ser infeliz casi siempre, ahora que por fin algo empieza a funcionar… Soy más feliz que una persona normal. Pese a ello, deseo constantemente que la tarde termine, que pase el tiempo rápido para estar en casa, frente a mi ordenador, esperando a que se conecte.

Y llega, ése momento. E incluso ceno frente al ordenador, un cuenco de Ramen japonés que he comprado en la tienda de la esquina. Por fin me he decidido a ser feliz y estoy tan emocionada que soy incapaz, completamente incapaz, de permanecer calmada. Intento todos los trucos que conozco, incluso soplo mi dedo pulgar mientras miro fijamente la pantalla iluminada. Mi Messenger está abierto y también mi twitter aunque nunca hemos twitteado de modo que no espero nada por su parte en ésa página.

Termino la cena, mamá entra en el cuarto y me da un beso de buenas noches, también entra papá. Ninguno de los dos saben nada acerca de mi romance, solamente son conscientes de que últimamente soy muchísimo más feliz, desde hace ya meses enteros. Finales de abril y todo va sobre ruedas.

—No te acuestes tarde, peque. —me dice él, confía en que no permanezca toda la noche conectada. Es lo que pienso hacer.

Cierran mi puerta al salir, es bueno porque mi cuarto está insonorizado, al igual que el resto de los de la casa, precisamente para evitar los ruidos nocturnos. Me había llegado a quejar de ello, ahora me encanta porque es como poder hablar toda la noche con quien quiera sin que ellos lleguen a enterarse.

Sobre las dos de la madrugada sigo con los ojos como platos. Y es entonces cuando él se conecta. Pienso que no voy a abrirle pantalla, que quiero que sea él quien lo haga si de verdad me quiere. No sé, me parece demasiado irreal y forzado éste amor.

Lo hace, de inmediato, hay una ventana parpadeante. La abro y sonrío de lado a lado. Me ha tecleado un mensaje muy sencillito. Aún no ha cambiado de nickname de msn, sigue siendo la misma frase que siempre. Me hace sonreír más eso. Porque significa que no ha cambiado desde entonces pero que igual en el fondo sí lo ha hecho.

I Miss You: ¿Sigues estando completamente segura de querer saber quién soy?

Nana: Por supuesto…

I Miss You: Pero… Es que acabo de saber que me amas. No soy capaz de enseñarte mi cara, no soy capaz… Porque sabrás quién soy, porque te espantarás. O serás igual que cualquier otra persona.

Nana: Cualquier otra persona no soy yo. Y lo sabes porque me conoces, cada detalle de mi vida, cada detalle de mi actualidad… Y en esto no te voy a mentir, tampoco, te amo y me va a dar igual cómo seas, solamente quiero un rostro que poder recordar.

I Miss You: ¿Te das cuenta? Necesitas mi rostro para amarme…

Nana: No, no lo necesito, pero querría saber ubicarte, querría que cada vez que te imagino no sea una sonrisa inventada, unos ojos bizarros y miles de gestos imaginarios que vayan a juego con tu voz…

I Miss You: Lo entiendo, sí. Pero me sigue costando mucho aceptar que tengo que hacerlo… No sé qué vas a pensar de mí…

Nana: Seguiré pensando lo mismo, no lo dudes. Ni por un segundo…

I Miss You: ¿Tienes Skype?

Nana: Por supuesto, agrégame.

Le paso mi dirección y abro el otro programa casi al mismo tiempo, mi corazón late a mil por hora, tal vez a más. No sé si es apropiado, no sé si voy arreglada o no lo voy demasiado, no sé qué hora debe ser ahí. Mientras se inicia, me pongo frente al espejo y me miro. Soy horrible, igual que siempre. Pero se suman unas ojeras demasiado grandes para una chica de mi edad, se suman los signos de la tristeza que ha permanecido demasiado tiempo en el rostro de alguien.

Vuelvo a mi mesa con mi ordenador y me permito encender una luz para que el entorno quede iluminado y si enciendo la cámara no se me vea a oscuras como el monstruo de debajo de la cama. Veo una solicitud de amistad, la acepto. De nuevo salta la pestaña de contacto que me habla, ésta vez en Skype.

I Miss You: Bueno, supongo que aquí va…

Nana: Adelante.

I Miss You: Aún puedes arrepentirte.

Nana: Quiero saber por qué hay tanto misterio en torno a ti…

I Miss You: Deja que voy a por la Web Cam.

Nana: Okay…

Dos minutos apenas transcurren hasta que vuelve a hablar, mi sonrisa se ha desvanecido, solamente quedan los nervios. Puedo imaginar a un hombre que se parece a mi padre, incluso. Pero no soy capaz de ubicarlo realmente.

I Miss You: Bueno… Ya está. ¿Empezamos la videollamada?

Nana: Sep.

I Miss You: Pase lo que pase, no grites demasiado.

Nana: No creo que seas tan feo, va.

I Miss You: Yo sé por qué lo digo…

Nana: ¿Le das o no le das?

I Miss You: Sí, bueno, voy. Es que… No sé.

Nana: Ya inicio yo.

I Miss You: No, si iniciar sé, no sé si debería enseñar quién soy…

Nana: Te amo.

I Miss You: Cierto. No dejes de hacerlo tras esto.

Resuena en mi cuarto la llamada pero conecto los auriculares antes de responderla. Pasan unos segundos en los cuales permanece estableciendo la conexión hasta que finalmente se inicia. Igualmente en su cámara sólo puedo ver negro.

—¿Tienes la mano delante de la cam? ¿En serio? —pregunto con escepticismo. Yo me veo a mi misma en pantalla y me considero más horror incluso que en espejo. Mi pelo ni siquiera está del todo peinado. Sin embargo, su pantalla está en negro.

Es que… Joder, eres hermosa. —no es que cambie el tema, es que lo ha soltado así, por las buenas.

Ya me conocías

Pero las fotografías que me mandó Irene del viaje a Euskadi, la entrevista del libro y finalmente la obra de teatro que, por cierto, la encontré en youtube… No son lo mismo que tenerte frente a frente, aunque sea con una cámara, y dirigiéndote a mi…

—Vamos, va. Quita tu mano de ahí…—pido calmadamente. Me tranquiliza saber que no soy la única que tiene vergüenza de esto que está sucediendo.

No tengo la mano puesta, tal vez ha decidido no funcionar…

¿La has enchufado bien?

Sí, por supuesto… —parece confuso pero, tal vez, aliviado.

Me contento con hablar contigo así y ahora. —expreso, sin ningún tipo de tapujo en aceptar que soy feliz y que, aunque él pueda verme por una pantalla y yo no a él, sigo amándole. Con fuerza. Porque lo amo a él, y no a quien es.

El rato pasa y cada vez parezco menos reacia a que me mire. Odio mi cuerpo y mi figura, odio mi cara, lo odio todo de mí y, sin embargo, él parece amarme por completo, su voz es agradable y cálida y me invita a no tapar mi sonrisa cada vez que la expreso.

—¿Sabes? Ayer, cuando nombraste al chico del autobús, me puse muy pero que muy celoso. Demasiado, y todo.

—Pero fue un pequeño error…—contesto, en un ligero susurro.

—Oye ¿No es muy tarde, allí? Mi móvil dice que sí…

—Sí, bueno, bastante. Son las dos y media de la mañana.

—¿No dormirás?

—No, mañana es domingo, puedo dormir hasta cuando quiera. —es automática ésa respuesta, tengo asumido que me despertaré después de la hora de comer, pero no pienso dejar de hablar con él. No sé si lo que me mantiene atada a la silla es él, por ser él, o por ser capaz de saber, en un futuro quien realmente es. No quiero pensar en ello.

El silencio se hace presente y me duele que lo haga. Sé que sigue ahí, escucho su respiración. Deben ser las… a ver, seis horas menos si está en Chicago. Son las tres de la mañana ya, por tanto son… las nueve de la noche, allí. Sonrío y sé que se va a preguntar por qué lo hago. Por el momento no le voy a explicar que es él el causante de todas ellas.

Y supongo que sin pensar demasiado vuelve a salir un tema de conversación, igual de banal que cuando hablábamos por mensajería. Y es mi chico, sin más. Porque no importa su cara, como dije antes, no importa su dinero –Aunque Verónica sigue en mi habitación, y sí, termino tocándole una canción antes de irme a dormir –y lo que menos importa es quién es, sino qué significa para mi. 

Y para mí, él significa felicidad.

miércoles, 18 de abril de 2012

Séptima Sonrisa


—¿Qué significa eso? —pregunta.

Yo siento que voy a llorar, suena a rechazo, su pregunta suena a dolor y abandono. Parece que la soledad va a volver a mí, que no va a pasar ni un solo día en el que lleguen sus mensajes a mi teléfono o email.

—Que…

—No, espera, no lo repitas… Ahora te llamo. —me interrumpe y escucho la línea comunicar.

Muerdo mi labio y las lágrimas que se amontonaban en mis ojos gritan, quieren salir. Yo las dejo, finalmente se deslizan por mis mejillas y yo apretó los puños, más aún. Mi teléfono móvil acaba estrellado contra la pared –¡bendita funda que lo hace irrompible!–, pero mi mano corre la misma suerte y un puñetazo se ha estrellado contra la superficie blanca. La rabia me invade, siento que desde que le conozco mis emociones fluyen muchísimo más. He dejado de ser tan calmada, me dejo llevar. Demasiado, creo.

Me tiro sobre la cama y abrazo la almohada. No sé por qué lloro. No le conocía. Igual es un viejo baboso, igual es un pederasta que quería acostarse conmigo solamente y le da miedo eso que dije. O… ¡No lo sé, no encuentro el consuelo! Su voz en mi cabeza se repite una y otra vez, su pregunta. Ése “¿Qué significa eso?” me ha dolido. Demasiado. Y  lo sé y lo acepto. Pero no puedo superarlo. Porque he llegado a quererlo hasta la saciedad, he llegado a pensar en él cada uno de los segundos de mis días y a soñar con él todas las noches.

Mi madre entra en mi cuarto mucho rato después, cuando empieza a despuntar el sol por la ventana y yo no he dormido nada en toda la noche. Se preocupa por mi aspecto y agradezco que sea sábado y no tenga que ir a clase porque eso sería un martirio. No quiero mirar mi teléfono y sin embargo lo hago, me siento como una adolescente más al hacerlo. Me siento estúpida, me odio a mi misma por haberme enamorado. En el whattsapp tengo mensajes de nuevo. Ninguno es de él. Ninguno.

Lo vuelvo a tirar en el suelo y me tapo más aún con las mantas, sin dejar que el sol me toque la piel, la persiana debería estar cerrada, sería  más interesante mi depresión si estuviera sumida en la oscuridad. Porque entonces nadie vería mis lágrimas, ni siquiera yo misma. Y eso sería mucho mejor.

Me levanto a regañadientes cuando ya se hace insoportable la luz. Camino, arrastrando los pies, hasta la cocina. Y preparo un vaso de leche con nesquik. Mi madre se ha ido a trabajar así que estoy sola. Yo y mi depresión. Suena el timbre de casa, un Ding Dong que parece que vaya a romper  mi cráneo. Me duele muchísimo la cabeza después de haber estado casi toda la noche llorando. Me dirijo lentamente murmurando algo que suena parecido a un ‘Ya voy’ pero no puedo asegurar haberlo dicho. El sonido insiste y cuando abro la puerta puedo jurar que la cara de Irene es de terror.

Me mira y alucina, sé que debo ofrecer un aspecto lamentable, que mi pelo estará despeinado y las ojeras presentes en casi toda mi cara. Probablemente también piense que estoy enferma. Me abraza pese a ello. Yo vuelvo a romper en llanto y le devuelvo el abrazo con el doble de fuerza, apretándola contra mí sin hacerle daño.

No habla hasta que me he separado de ella, mucho más calmada, cierro la puerta y caminamos ambas hacia la cocina, quiero tomarme mi desayuno aún. Y una pastilla. Abro el armario de los medicamentos y una Aspirina acaba en mis manos.

—¿Qué ha pasado, Nana? —pregunta de pronto. Es obvio, sin embargo. Niego con la cabeza, me trago la pastilla con la mitad del vaso de leche chocolateada.

—No lo sé…—murmuro, otra lágrima cae por mi mejilla y la seco. Soy una llorona, creo que se me han disparado los sentimientos. Debería saberlo ya, Personalidad Límite es como se llama este trastorno específico, llevar cada uno de los sentimientos al extremo y tener opiniones y acciones muy contrapuestas.

—A ver, me lo explicas lentamente…

—Resulta que se me escapó algo que no debía haber dicho y él no quiso dejarme decir nada y me colgó. Era un rechazo, Irene, un rechazo… Me odia. Y yo me he enamorado de él. Soy estúpida a nivel extremo. Claro... ¿Qué clase de adulto podría quererme a mí?

—Cualquiera, Nana. ¿Cuántas veces te voy a tener que repetir que eres guapa y demasiado genial…?—ella es tajante, siempre es tajante. Y yo no la creeré jamás, no soy lo que ella cree que soy, soy un… ¿Horror?

—Jamás te creeré, lo digas cuantas veces lo digas…—suelto, ella se desespera porque pretendo dar la conversación por finalizada.

Lo haría. Pero suena algo de fondo, es la conocida melodía, es My way Home is through you de My Chemical Romance y mi respiración se desvanece. Quiero ser orgullosa y no cogerlo pero es tarde para pensar en eso porque he echado a correr a mi habitación y he removido la mitad de cojines del suelo hasta dar con mi teléfono móvil. Es él. No puedo cogerlo, me siento incapaz. Irene, a mi lado, responde la llamada quitándome el aparato.

—¿Si?

—“No eres ella…”

—No, soy Irene, seguro que me recuerdas… ¿Qué has hecho ésta vez?

—“Pásamela, por favor… Tengo algo que decirle, va, va.”

Irene resopla y me tiende el móvil, lo cojo y lo pongo contra mi oreja. Sin que me fije demasiado mi amiga rubia está ya fuera de mi cuarto, en la cocina. Espero unos segundos y hablo, no quiero que se note que he llorado.

Hola…

—¿Nana? Por fin… No he podido librarme de ella hasta ahora. Lo siento mucho, por colgarte tan repentinamente.

—¿Ella?

—La cantante. —Para él debe ser obvio de quién hablaba. Sí, a decir verdad debe ser extremadamente obvio, porque no añade nada más.

—Oh, claro… Seguro que es rubia, impresionante y despampanante… ¿Qué, te la has tirado a gusto mientras yo me preguntaba qué he hecho mal? —Sé lo patética que debe sonar mi voz, porque suena a celos y a tristeza, a melancolía extrema, suena como si al colgar fuera a correr al baño a cortarme las venas.

—…¿¡Qué!?

—Que si te la has…

—¡Ya te he oído, diablos! ¿Por qué piensas que me he tirado a mi cantante? Por el amor de Dios, no puedo creerme que no me conozcas. —grita y se desespera, parece que él es quien no me entiende a mí ésta vez.

—Tal vez ése es el problema, que no te conozco. —demasiado fría, tal vez. Triste, si me conoces. Pero siempre tranquila, no voy a llorar mientras hablamos, sería muy patético.

—Nana, reflexiona un momento. Lo sabes todo, sabes cómo me siento siempre, eres capaz de sacarme una sonrisa con tus palabras. ¿A qué viene esto ahora?

—¿No lo entienes, P?

—Creo que no, creo que ésta vez no soy capaz de seguirte.

—Te amo, idiota.

No puedes amarme, no sabes quién soy… ¿O si lo sabes? Dime, por favor, que no sabes con quién hablas, que no me conoces…

Ese es el problema al que no doy ninguna importancia. Pero… Te amo aunque no te conozco, no sé tu nombre, no sé cómo es tu rostro. Creo que soy idiota porque te lo estoy confesando por teléfono, porque es patético que me haya pasado la noche llorando por tu rechazo y…

—Espera. Espera. Quieta. Para. Deja de hablar. ¿Qué rechazo dices? —cambia de tema aunque suena más bien a confusión.

—Dijiste “¿Qué significa esto?” y colgaste. —Murmuro, aunque el teléfono debe haber captado mis palabras.

—No, no te equivoques. Colgué porque tenía que hacer cosas. Cosas como, por ejemplo, atender a una cantante idiota que no estaba conforme con la letra de la canción. —explica, mi corazón da un vuelco porque, aunque ahora todo cuadra, sigue sin haber contestado nada acerca de mi amor hacia él. Las lágrimas amenazan con salir de nuevo. Me muerdo el labio, no quiero que lo hagan.

—Pues ya lo sabes, entonces. Me he enamorado de ti.

—¿Por qué?

—¿No te lo han dicho nunca? Si amas la inteligencia, lo admiras; el dinero, es interés; la belleza, es deseo… Pero si lo haces sin saber el motivo, es amor. —comento amargamente, Irene sigue trasteando cosas en mi cocina. Al otro lado de la línea se escucha un suspiro.

Te amo. —suena. Y mi corazón salta, y mi mano se dirige a mi boca y la cubre.

—¿Qué…?

—Que te amo, quise hacerte feliz y que sonrieras porque no quise que alguien que escribía ésas cosas, las sintiese de verdad. Luego te conocí más, apenas me hablaste supe que me había enamorado. Y ahora me dices que me amas, pero sigues sin saber nada en realidad acerca de mí. Y yo estoy planteándome ponerme a saltar de felicidad o tirarme por un puente, a partes igual. Porque no está bien esto, porque no deberías poder amarme, deberías limitarte a ser feliz con lo que intento darte, con las sonrisas que sé que estás sacando últimamente.

—Si lo sientes, está bien, no importa lo que diga la sociedad. Pero no te tires por un puente, no lo hagas…—El silencio cubre unos segundos, que se convierten en minutos, la línea. Aguanto la respiración, esperando que diga algo. Finalmente suspira.

—¿Quieres saber quién soy…?—pregunta.

—Sí. —lo he respondido sin reflexionar.

—Espera a que aquí sea tarde y pueda tener un ordenador entre manos. —murmura. Asiento pero me doy cuenta de que él no puede ver el gesto.

—De acuerdo.

Escucho una voz femenina al otro lado, horriblemente femenina. No entiendo qué es lo que dice, exactamente, pero aunque se me crispan los nervios y el pensamiento es parecido a un “Es mío, zorra, no le dirijas la palabra” no digo nada, no quiero decir nada aún. Dice amarme, sí, pero… Puede ser todo un juego. Soy una chiquilla, al fin y al cabo, es probable que sea un viejo baboso o un hombre demasiado salido que necesita a una niña pequeña para sus cosas. Tiemblo un poco

—Princesa, tengo que irme de nuevo o se me pasará la hora de grabación… ¿Sabes? I love you. —puedo incluso jurar que su voz ha sonado más alta en la despedida. Me gusta pensar e imaginar que hay por ahí una chica rubia que lo ha escuchado y está rabiando porque él es mío. No sé aún cómo es, pero me da igual porque lo haré pronto. No quiero hacerlo. Sí, quiero hacerlo. No. Dios, no sé qué es lo que quiero…

—Hasta luego, I love you too. —respondo. Y cuelgo yo, no me gustan las tonterías del “Cuelga tu, no, tu, no, tu.”. Bah.

Irene entra en el cuarto y me abraza, yo estoy sonriendo y se lo devuelvo. Le agradezco en el mismo gesto que haga esto por mi porque realmente a veces me encuentro demasiado perdida, a veces siento que soy la persona más patética del planeta y entonces me deprimo. Luego la gente se extraña de que a veces vaya muy emo por la vida. No es mi culpa, me odio a mi misma.

—Y ahora vas a vestirte y vas a peinarte y vamos a salir a dar una vuelta. —asegura. Yo sonrío, por fin alegre al saberme querida y correspondida por él y acepto que sea ella quien elija mi ropa. Supongo que todo puede ser divertido si se intenta lo suficiente.

Marina.

viernes, 13 de abril de 2012

Sexta Sonrisa


Todo ha sido perfecto durante los días finales de Abril. El editor tenía razón, han vendido muchos ejemplares de la novela. Sonrío. Sí, sonrío. Porque las sonrisas no deben faltar en mi vida. Pero se desvanece de inmediato al ver dónde estoy. Estoy de pie, vestida con un uniforme bastante extravagante, frente a las puertas de un teatro. Tengo miedo. Muchísimo. Llega Gato Negro, sonriente, y me hace un gesto para que la siga. Las palabras suelen sobrar en compañía de la otra. 

Entramos.

Y mi miedo aumenta. Las voces de la sala son múltiples, sé que hay mucha gente ahí afuera. Por suerte hemos entrado por la puerta trasera. Me gusta que tengamos ése tipo de accesos. Mi pulso tiembla, mi respiración se acelera y mi vista se nubla ligeramente. Me estoy estresando, demasiado. Unos metros más adelante puedo ver al resto de mis compañeros de teatro. Soy consciente de que ésta no va a ser una gran presentación, somos aficionados. De todos modos tengo pánico escénico, ya me costó salir a hablar de algo mío. ¿Cómo pretenden que actúe?

Palpo mi bolsillo, buscando el móvil. No está. ¿Y cómo voy a hablar con él? ¿¡Dónde está el móvil!? Mi mente se para y comienzo a buscar con más insistencia en todos y cada uno de los bolsillos del mono tejano que llevo. Incluso llego a quitarme la gorra abombada para mirar dentro. Ni rastro.

Decir que hiperventilo sería minimizar tanto mi situación como decir que un huracán es una simple brisa. Me siento en el suelo. Apoyo las manos en el mismo y agacho la cabeza, comenzando a sollozar, intento respirar. No sé por qué soy tan patética en éstos momentos. Intento tranquilizarme y no puedo, cada vez mis gestos son peores. Mira que juré hace tiempo que no sería como las chicas normales e histéricas.

—Me van a odiar. No tengo mi móvil para  llamarlo… Por Merlín, sé que no me va a salir. Soy patética, penosa, horrible… ¡Soy escoria! ¡No sé actuar, no sé hacerlo! ¡NO PUEDO HACERLO!
Una bofetada resuena en la sala y mi cabeza queda en silencio, sonrío y asiento, agradeciéndole el gesto, me estaba poniendo demasiado hiperactiva. Me revuelvo el pelo y recojo mi gorra del suelo, me la pongo pero permanezco arrodillada contra la madera. Una mano me toca el hombro, es Gato Negro de nuevo, espero a ver qué dice.

—Has dejado el teléfono en la entrada junto a tu bolsa, Nana. —comenta, parece divertirse al ver lo muy nerviosa que puedo llegar a ponerme.

—Gracias, no sé qué sería de mí con ésta cabeza loca y nadie que me recuerde lo que debo hacer… Y cuándo, claro.

—Pues ahora, señoritas, lo que tienen que hacer es subir al escenario porque es vuestro turno. —Una voz ajena a la conversación, no evito reírme un poco por lo bajo al recordar que nuestro profesor siempre nos trata de señoritas.  Mi pulso late con normalidad, imagino una sonrisa que –casualmente –, se parece a la mía, y me aventuro sobre las escaleras para ir a parar sobre la tarima.

El telón se abre.

Y puedo jurar que nunca había visto a tanta gente mirarme directamente. Son demasiados, es una exposición y no es seria pero… de cualquier modo me cuesta concentrarme. Eso sí, cuando me dan el paso, cuando la primera de mis compañeras ya ha hablado, me olvido del mundo y con la sonrisa que he imaginado en la mente, dejo de ser yo y paso a ser la chica extravagante, una loca soñadora que quiere alcanzar la luna y no le permiten hacerlo. Es tan experimental.

El tiempo pasa casi sin darme cuenta. Y mi sonrisa no se hace presente hasta finalizada la obra porque el personaje no sonríe, es feliz pero no lo muestra, curiosa y desamparada sueña con el cielo, la luna y las estrellas. Yo, simplemente lo llevo a cabo, cumplo su sueño, le entrego la luna.

Y cuando se cierra el telón. Y se abre de nuevo, y saludamos… Entonces me permito sonreír. Porque lo he hecho bien. Porque no he muerto. Porque no han entrado los alienígenas de Mars Attacks y me han desintegrado. Porque puedo decir que por un momento he sido libre, he dejado de ser yo. Me desespero por coger mi móvil pero es de buena educación esperar y ver actuar a los siguientes actores. Ellos representan Hamlet, mi obra preferida de Shakespeare, pero eso adquiere un toque de poca imaginación… No han creado un guion, no han creado una historia.

Y sin embargo, también me gustan.

El día termina y me voy a casa, niego ir en coche y monto en el autobús con tranquilidad, al fin tengo mi teléfono entre manos y puedo enviar mensajes. Pero no me atrevo a hacerlo. El miedo es igual al que he experimentado antes de subir a actuar, siento que estoy siendo demasiado pesada, siendo que él me puede odiar. No quiero que me odie. Mi pensamiento suele ser demasiado negativo. Y eso es malo.

Voy a enviar algo, lo he decidido. Y cuando empiezo a escribir, me llega a mi uno precisamente de su parte.

P: “Se comenta por twitter que has actuado espléndidamente ésta tarde.”

Sonrío. Mis dedos se deslizan por la pantalla. Al final tendré que cobrar por sonrisas, al final tendré que llevar la patente a alguna parte. Demasiadas en los últimos dos meses. Demasiadas. No debería, se me va a romper la piel o algo…

N: “Los de twitter tienden a exagerar, ya lo sabes…”

Me quito importancia porque sigo sin tenerla. Levanto mi vista de la pantalla, vamos casi sin compañía y a las diez de la noche no me sorprende que seamos siete personas en total. Lo que me sorprende es reconocer la portada de cierto libro en las manos de alguien anónimo. Mi sonrisa se hace presente una vez más, la timidez acompaña. Quiero levantarme y decirle algo, agradecerle que lea algo que yo y mi desesperanza hemos escrito. Pero no lo hago, permanezco sentada. Mis ojos se deslizan hasta ésa persona –que resulta ser un chico –hasta que me pilla mirándolo. Trago saliva pero no me sonrojo, a él no le quiero ver porque es un chico que no es mi chico. Solo tengo ojos para el mío. O tal vez palabras porque ojos no precisamente.

Y pese a ello me encuentro a mí misma levantándome del asiento y poniéndome junto a él, mi mirada se desliza por las páginas que él lee, me gusta cómo quedan las palabras sobre el papel, me gusta el sentimiento, me gusta saber que son mías, que yo misma soy quien ha decidido que eso sería así, que yo misma soy quien ha creado a los personajes. Su mirada deja de posarse en el libro y acaba centrándose en mi cara. Parece suspirar y debatirse entre hacer o no hacer algo, las páginas no pasan. Se ha quedado quieto.

—¿Si te firmo el libro dejarás de suspirar y soñar mirándome? —pregunto, tal vez ha sonado incluso egocéntrico pero tras minutos en los que no avanzaba leyendo la historia (que sé que la he creado yo pero quiero seguir leyendo la parte que he enganchado, es muy interesante aunque esté mal que yo lo diga) ya no puedo más con su pasividad.

—Yo… esto… sí…—tímido, avergonzado. Sería tierno, incluso. Me parece un bebito, es demasiado inocente y adorable. Saco un bolígrafo y tras marcar la página lo abro por el inicio y escribo algo con rapidez antes de firmar.

“Que los únicos suspiros que surjan de tus labios, sean de amor verdadero. Siempre por alguien que te ame y cuide, como en ésta historia tú decides si quieres o no cambiar tu destino. Mucha suerte.
Nana.”

El chico lo lee y asiente. Murmura un “gracias” y vuelve a abrir la página que leía en el libro. Se lo piensa y saca su teléfono del bolsillo, me mira pidiendo permiso. Me encojo de hombros, sonrío ampliamente pensando en mi chico misterioso y espero a que nos haga la foto a ambos a la vez. Queda muy cutre hacerse una auto-foto pero creo que aunque acabo de empezar a ser alguien en el mundo de la escritura, aunque acabo de publicar mi primer y único libro, hay gente que ha decidido ser mi fan. Y como ídolo no pienso decepcionar a nadie, aunque eso represente hacerme fotos. 

Odio las fotos.

—¿Te gusta…?

—Sí, me encanta. Es alucinante. No sé cómo lo has hecho, yo nunca podría escribir algo así…—su voz se acelera, no he tenido ni que darle pie a la conversación, parece haberse animado al ver la actitud de persona tímida que yo tengo también.

—¿Escribes?

—Sí.

—Entonces no te rindas. Esto no puedes hacerlo, ya lo he hecho yo. Pero puedes hacer otra cosa completamente distinta que sea igual de genial. ¿No crees? No tienes por qué imitar a nadie para triunfar… ¿Cómo te llamas? —hablo yo también, quiero que se anime y escriba. No lo conozco y no me importa.

—Javier.

—Encantada de conocerte, entonces. ¿Sabes? Búscame en Facebook o twitter por el pseudónimo. Yo te aceptaré la solicitud, quiero leer algo de lo que escribas…

—¿Opinarías sobre ello?

—Sí. Pero no esperes comentarios bonitos, soy peor que tu profesora de literatura.

Sé que he dado en el clavo porque empieza a reírse, no debe tener más de quince años. A mis quince años yo era así, él me recuerda a mí. Yo quería triunfar pero tenía –y tengo, diantres–, fobia social y vergüenza en general. Yo tampoco pensaba que pudiese escribir algo bueno y estoy aquí, hoy, con un fan que ha leído –o está leyendo-, mi libro.

Sé que llego a mi parada así que me despido rápidamente y pulso el botón para avisar que debe frenar ya el autobús. Me bajo y le saludo con la mano mientras se aleja, han sido unos segundos para conocerlo y presiento que nos volveremos a encontrar. Reviso  mi móvil mientras espero para entrar en casa. Tengo varios mensajes en el whattsapp y me siento una persona horrible por no haber podido respondérselos.

P: “Me hubiera gustado verte hoy también…”

P: “¿No sabes acaso si alguien lo grabó?”

P: “Tal vez molesto demasiado… creo que me he pasado hablando…”

P: “Lo siento, soy demasiado insistente. Perdóname…”

P: “Si estás enfadada lo entiendo… Bueno, adiós, supongo…”

Mi cara de horror es infinita, no sé cómo puede llegar a pensar eso de mí. Cierro los ojos y respiro hondo. Tecleo con toda la rapidez que puedo.

N: “¿Puedes llamarme, P…?

Apenas recibe el doble check y lo lee, suena mi móvil. Una canción de My Chemical Romance y yo simplemente sonriendo y cabeceando. No le hago sufrir y lo cojo, no quiero que él se sienta mal.

Perdóname tú a mí. —Sin dejar que hable soy la primera en añadir algo, en decir exactamente lo que tengo que decir. Porque sí, porque quiero. Porque le quiero a él.

—¿Por qué? El que insiste demasiado soy yo. Soy muy pesado a veces, lo comprendo…—se excusa, parece dolido realmente. Yo sonrió de lado, imperceptiblemente, tristemente.

No. ¿Sabes? Hoy conocí a un chico. Se llama Javier. —comienzo, puedo jurar que se ha quedado sin aire, que no respira—. Estaba yo en el autobús cuando vi que había alguien que leía mi novela. Me acerqué y le hablé, así porque sí. Nos tomamos una foto y le autografié el libro. Dice que él también escribe pero no cree que sea bueno… —Hago una pausa para poder escoger las palabras en inglés para explicárselo—. Me ha encantado… saber que de verdad la gente lee mis historias, es genial…

Qué suerte…—puedo jurar, de nuevo, que suena triste y apagado.

—¿Te pasa algo? —pregunto, asustada.

No, no te preocupes… ¿Crees que ése tal Javier aceptará salir contigo…?—pregunta. Sonrío de lado a lado entendiendo por un momento qué sucede.

No quiero salir con él.

Pero es lo típico cuando alguien dice “he conocido a un chico”…

No, para mí no. Yo lo he conocido. Nada más. Solo conocerle. Me ha hecho gracia que leyera mi libro. No quiero nada con él. Nunca. Jamás. —lo aseguro con total firmeza. Sé que ha sonreído, pero no me importa, igual estoy confundiendo las cosas. Él no  me debe amar, jamás lo haría, lo sé—. Solo una persona ocupa mis pensamientos, él no es. Ni de coña.

—¿Quién… es? —pregunta, tembloroso.

No quiere una respuesta. Lo entiendo, yo tampoco querría una respuesta. O tal vez sí. Sé que es arriesgado, que tal vez deje de hablarme, que no puedo asegurarme su futura amistad. Me preparo para el final trágico, pero lo hago. Lo digo.

Tú.

(Os voy a pedir que seáis simpáticos y comentéis, veo que cada día -¡En apenas trece!- suben las visitas pero me decepciona ver que ninguno hace el esfuerzo de darle al botón de comentar... Es un gran apoyo que me digáis qué os parece, cómo querríais que continuase, todas ésas cosas que estaré encantada de recibir, leer, y responder.)

martes, 10 de abril de 2012

Quinta Sonrisa


Un día llego a clase con una determinación bastante pronunciada. Entro en la clase de inglés y espero pacientemente a que la profesora me de mi turno, a que me permita hablar. Me dirijo a ella con mi siempre cordial tono y le expongo mis motivos para faltar al examen próximo, al de la semana entrante.

—Tengo una reunión muy importante con la editorial, con Random House Mondadory. Quería pedir un adelanto del examen para poder realizarlo…

Ella lo comprende, mi profesora de inglés siempre es buena con todo el mundo, siempre tiene ése toque humorístico tan característico en ella, siempre es capaz de sacarnos una sonrisa en sus clases, sin dejar de ser profesora por ningún motivo. Me gusta que lo haga porque es distinta al resto, me cae bien. Supongo que eso es bueno ¿No? Regreso a mi sitio y continúo pensando en las mil y una cosas que pueden suceder a partir de éste momento. Porque la semana santa ha terminado y con ella ha pasado ése tiempo religioso que mi madre aprovecha para rezar y todo eso. No me importa, yo no sigo sus costumbres. Pero ya no puedo estar disponible en todo momento. Los mensajes no faltan aun así. Me sorprenden de vez en cuando, él sigue trabajando.

“Buenos días, princesa. Acabo de despertarme y he pensado en ti. ¿Cómo te va?”

Mi sonrisa es inmediata una vez más, oculto mi teléfono móvil para que la profesora no me lo requise y le envío mi respuesta. Parezco una tonta, una tonta enamorada de alguien de quien no sabe nada. Ni su edad, nombre o cara. Sé que no dejo de repetir eso pero es la verdad, la realidad. El no saber y el desconocimiento tal vez me hacen enamorarme más.

Inmediatamente después me llega una nueva respuesta, sin darme tiempo a contestar yo  misma lo que él me había dicho.

“Echa un vistazo a los contactos del Whattsapp”.

Lo hago ignorando por completo todas las estructuras gramaticales que debería estar trabajando en la clase. Y me da un salto al corazón al verlo ahí, su nombre entre el resto de mis contactos. Pone aquello por lo cual lo tengo guardado en la agenda. “P.” mi sonrisa se amplia por momentos y recibo el primer mensaje en ése lugar concreto.

P: “Es mejor por aquí, a mi no me importa el dinero pero sé que tienes pocos ingresos y es mejor que no los gastes en sms…”

Me enternece y tecleo mi respuesta. Bendigo a todos los creadores de smartphones porque son realmente útiles en ocasiones como ésta, a veces me pregunto si alguno de ellos supo lo que era estar así de enamorado. Yo sé que nadie a mi alrededor podrá saberlo jamás. Porque ellos no son yo. Yo soy diferente y lo siento de forma distinta. Y aunque me duele, a veces me duele no poder mostrarlo, sé que no soy tan distinta en el fondo, muy en el fondo puedo sentirlo tan fuerte como ellos.

Nana: “No tenías que preocuparte… ¿Te has comprado un Smartphone sólo para hablar conmigo?”

P: “Algo así, mi móvil se rompió y no vi necesidad de mantener ésa clase de aparatos inútiles…”

Nana: “Bueno, mucho mejor así…”

P: “Creo que tienes clase de inglés ahora ¿Por qué no prestas atención?”

Nana: “Me estás leyendo en ése idioma ¿crees que las necesito, las clases?”

P: “Tienes parte de razón… ¿Qué has hecho hoy?”

Nana: “Acabo de pedir permiso para faltar al examen de la semana que viene, tengo reunión con la editorial y todo eso…”

P: “Oh, joder, siempre igual… Me reclaman para las pruebas de sonido. Ya sabes, cualquier cosa ahora que tenemos ésta aplicación rarota, me envías un watts… ¿Se dice así, no?”

Nana: “Anda, que te vaya bien, pequeñajo…”

Mis dedos se frenan antes de teclear un “te quiero” y me planteo prestar atención en lo que queda de clase. Y a lo que queda de semana. Cada día que pasa le conozco más y más, cada día siento una angustia demasiado grande si no me responde los mensajes o si me los envía y yo no puedo responderlos por falta de tiempo. Los viajes en metro y en autobús se convierten en mi momento estrella, ése lugar en el cual poder explicarle cualquier cosa que pase por mi cabeza sin preocuparme del rato que tarde en ello.

Y la semana pasa e incluso pasa el momento en el que hago el examen. Y mi vida es tranquila y aburrida pero él la hace temblar de vez en cuando. Y la reunión es un éxito y el acuerdo está listo y la presentación será en poco tiempo. La semana que viene, para ser exactos. Es abril, el día veinticuatro deberé ir yo, precisamente yo, a protagonizar una especie de rueda de prensa que hacen para aquellos escritores que presentan un nuevo libro. Les ha gustado mi idea, al parecer. Mucho, también.

El temible día llega y en lugar de enviar un watts como él me dijo, marco su número y le llamo. He hecho algo que no tendría que haber hecho, me he vestido a mi modo. No me he puesto en el plan de llamar poco la atención, no. Voy con un chaleco y un pañuelo al cuello, incluso me he peinado de forma extravagante. No es que sea malo para mi imagen pero todas las miradas que me hubieran ignorado, no lo harán.

—¿Aloh…?—Su voz suena cansada, allí debe ser media mañana y probablemente lo haya pillado en las nombradas “pruebas de sonido”, en una reunión o en algún sitio al azar. Oigo trajín y cómo el ruido de fondo va desapareciendo.

—Hola…—digo tímidamente. Él parece reavivarse de inmediato.

Oh, perdón, estaba prestando atención a la futura campaña de marketing… ¿Qué sucede? —pregunta con paciencia y tranquilidad, con diversión y tal vez un poco de ilusión. Lo dudo, nadie se ilusionaría por hablar conmigo.

—Es que… voy… A entrar ahora. A la presentación del libro. —explico. Los nervios están muy presentes en mi estómago y no puedo evitar sonrojarme aunque él no me vea.

Lo sé…—murmura. —Sabes que lo harás bien, las cámaras te amarán y no creo que los periodistas se pasen demasiado con las preguntas. —se corrige a sí mismo para darme ánimos. Suspiro aliviada y creo que si él me lo dice es verdad porque es él, y él tiene razón siempre. Tiene que tenerla.

Marina, entras en cinco minutos. —Una voz aguda me hace despertar de mi sopor.

Ya lo he escuchado, anda, ves. Te daría suerte pero no la necesitas, cuentas con mi apoyo… Lo sabes ¿no? —pregunta.

Me da esperanza y tras un “lo sé”, cuelgo el aparato y miro al frente. Vuelvo a respirar hondo y cuando me dan el paso salgo. Hay una mesa y unos micrófonos. Voy a estar sola frente a la gente, debe haber más de cincuenta personas. Y yo sola. Yo sola. Es una idea que no me quito de la cabeza. Debo serenarme más aún, debo ser yo misma. Recuerdo todas las veces que soñé con un momento así, siempre decía que sería divertida y bromearía, que no dejaría que los nervios me ganasen.

Mis pasos resultan torpes al aproximarme al centro y sentarme en la silla. El foco de luz me molesta y el hecho de que una cámara no deje de apuntarme me incomoda bastante. Estoy aterrorizada. Odio mi vida en éstos momentos. Sus palabras, sin embargo, resuenan en mis oídos, en mi mente. Tomo aire y cierro los ojos, se supone que tengo que comenzar a hablar yo.

—Puedo jurar que he estado a punto de no entrar hoy en ésta sala. Pero alguien me ha dado su apoyo y quiero agradecérselo y dedicarle ésta historia porque si no probablemente no hablaría frente a vosotros. Os preguntaréis el por qué, por qué no quería entrar, por qué no quería sentarme justo aquí, en ésta silla, frente a frente con otras personas que son como yo, viven en el mismo país y planeta. Es fácil. Leeréis mis palabras, leeréis mis historias. No me leeréis a mí si no a mi creación. Por eso yo soy independiente de mi libro, yo soy solo la humilde escritora que le ha dado forma a la trama, no soy la trama. Ese es el motivo por el cual me sentía incapaz de hacerlo, soy las manos y la pluma, no la historia. No soy importante, al fin y al cabo.

El silencio se apodera del lugar, nadie ha comenzado jamás diciendo algo de ése estilo, creo que soy la primera. Las cámaras me siguen apuntando, las de fotos sacan flash, las de video graban. Alguna debe estar retransmitiéndose en directo y gran parte de España debe verme, tal vez también gran parte de internet. Carraspeo, menos nerviosa que antes pero sabiendo que lo que diga va a ser juzgado posteriormente.

—Mi libro. Mi libro habla de algo prohibido, de un amor extraño y una conspiración etérea. Probablemente si no lo leéis no entendáis lo que digo, no entendáis las dimensiones de lo que he intentado explicar. Varias dimensiones, imaginaciones y un único fantasma que conecta el presente con el pasado. Identificados os podréis sentir todos, la sangre será compañera en cada palabra y el dolor y terror también, pero habrá esperanza e ilusión. Es la historia de Helena Rozencratz y cómo ella vive en otro mundo, en una realidad alternativa. Es la historia de Ryan Midnight y cómo es capaz de abandonarlo todo para salvar el planeta de la destrucción y, de paso, evitar que Helena Rozencratz sea prisionera de la locura. Sí, mi libro es distinto, es igual, es extraño y a la vez es familiar. Podréis comprarlo en el lugar donde se compran los libros, a mi no me han pedido que especifique nada…

Las preguntas se suceden una tras otra y a cada segundo me encuentro más cómoda, llego a bromear incluso, llego a hablar con tranquilidad y desasosiego como si hubiera nacido para un momento así, como si las cámaras desaparecieran y fuéramos yo y el salón. Y unos amigos que me comentan cosas al azar. Mi sonrisa se hace presente con el deje de nostalgia de mi mirada que puedo jurar que nadie conoce ni sabe ver. Hay una amiga mía al final de la sala y le agradezco su presencia.

Y la presentación llega a su fin y más de uno quiere que firme para su periódico o una copia del libro autografiada. No lo entiendo porque aún no soy famosa hasta ése punto. Hago caso a lo que dicen y se lo doy todo a todos hasta que el jefe de la editorial me pide que salga de ahí. Y cuando salgo de ahí y las cámaras se apagan vibra mi teléfono indicándome que tengo un mensaje más de whattsapp. Lo miro y, de nuevo, se amplía mi sonrisa más y más. Felicidad instantánea, es mi quinta sonrisa verdadera.

“Has estado impresionante. Gracias por dedicármelo… Miss you.”

Aprieto el aparato contra mi pecho, feliz de nuevo. Feliz de saber que me ha visto por internet a pesar de todo el trabajo que probablemente se le habrá acumulado con los de márketing. Intento no responder pero se me hace imposible y mis dedos viajan por la pantalla táctil de mi Smartphone. Veo injusto que conozca mi apariencia y yo no la suya pero no me importa. Sé que eso es culpa de Olga o Irene, que ellas deben haberle dicho dónde podría ver mi presentación, que ellas deben haberle enviado alguna que otra foto. El hecho de que no haya dejado de hablarme es algo a tener en cuenta sabiendo que tampoco le he parecido un horror de persona. Aprecio que no me odie, aprecio que me haya visto en mi primera presentación y, pese a todo, sea capaz de enviarme un mensaje de apoyo y felicitación.

Tiemblo al saber que me ha visto, al entender por fin que para él ya no soy solo palabras, que soy una imagen, que tengo ojos con los que podría mirarle, que mi piel es del mismo tono que aquellas galletas que se tuestan al sol y quedan doradas. Que soy real. Tangible, incluso.



No dejo que me afecte la magnitud de mi pequeña paranoia. Me giro y comienzo a caminar, el editor me llama la atención, vuelvo a su lado y me tiende la mano. La sacudo, me felicita. Ha sido un verdadero éxito y asegura que se venderá como si fueran churros, que saben hacer publicidad y que la gente que ha estado presente se ha sorprendido con lo que he dicho. No me sonrojo con él delante, asiento y le comunico que ha sido un placer. Contra todo pronóstico no me deja irme, me pide que me quede un rato más para ultimar algún detalle de futuras ventas o ruedas de prensa, de futuros proyectos. Yo, con el móvil en el bolsillo, tengo que aceptar que es necesaria mi presencia: Responderé más tarde.

domingo, 8 de abril de 2012

Cuarta Sonrisa

Al llegar de nuevo a Barcelona no me da ni tiempo de despedirme de mis amigos, me voy casi corriendo a mi casa para poder descansar un poco. Es bonito pensar en lo vivido pero es más bonito poder encender un ordenador después de tanto tiempo. Las fotografías han sido abundantes, las historias que contar también. Piso mi casa y veo que son las ocho de la mañana. No me importa la hora, me tumbo en la cama, me dejo caer, y permito que los ojos se me cierren, me permito dormir durante varias horas seguidas sin molestias, sin gente que se me acerque y me cuente su vida.

Lo cual suena incluso cínico. Pero me da igual el cinismo, me da igual lo que la gente piense de mí. O tal vez no. En realidad me importa, me importa mucho. Y por eso soy lo que soy, porque me importa. Porque no soy capaz de salir con un par de alas por la calle por el miedo a que me señalen con el dedo. Decido que lo haré luego, que debo dejar de tener miedo de ser yo misma, que debo hacer caso a él.

Me despierto y automáticamente abro mi ordenador, esperando ver alguna que otra notificación en Facebook, esperando ver alguna que otra mención en twitter o, tal vez, un comentario en youtube. En mi email encuentro, como es costumbre, un email de su parte. Me desea unas felices vacaciones de semana santa y me pide perdón porque no va a poder conectarse en, al menos, dos semanas. Dice que tiene trabajo, que va a estar fuera de su casa, que le encantaría poder comunicarse conmigo y que, tal vez, me llame.

Lo que pienso al leer esto empieza por un –¡Oh Dios Mío! ¡Por el amor de Merlín y Santa Circe y Morgana y todos los magos y brujas! –y termina con algo parecido a –Un tal vez… ¿Es un seguro o es un “quiero quedar bien contigo pero no pienso llamarte”? Y parece ser que no me equivoco mucho en mi pensamiento porque me estoy emocionando demasiado por recibir la llamada de alguien a quien no conozco en persona. Irene y Marc me dijeron que no importa si quiero y deseo a alguien así, que no importa cómo he de ser feliz, que nadie puede decirme o darme unas pautas para ello.

Mi semana santa empieza con una madre gritando y echándome en cara que debo recoger mi habitación y limpiar un poco la casa. Empieza con mi madre yéndose de casa para ir a trabajar. Hay algo que me dice que va a ser entretenida. Recibo una llamada y me pongo nerviosa, pero solamente es Marta. ¡Es Marta! Bueno, hace demasiado tiempo que no la veo, no porque no quiera si no por nuestros horarios…

Viene a verme, viene en media hora. Media hora que se convierte en unos segundos en cuanto me pongo a limpiar. Me alegro muchísimo al verla entrar por la puerta. Su mirada es de desaprobación al verme vestida como siempre, con un chándal que me hace parecer una pordiosera. Tiempo le falta y ya estoy frente a mi armario probándome cosas de chica que tengo por si acaso.

La risa me podría dar en breves porque Marta siempre es así, ni me saluda y ya está intentando que sea femenina, al menos un poco. Creo que podré llegar a serlo, o tal vez no. No me importa demasiado. Nunca me ha importado, nunca me importará. Pero mi vida puede dar un giro radical si me dejo por completo en sus manos. ¿Cuándo empezará a importarme lo que suceda con mi imagen? Es Semana Santa, tengo vacaciones y quiero seguir en chándal y despeinada porque me gusta la claridad que desprenden mis ideas en ésos momentos. Me despido de ella un rato después y me miro a un espejo. Vaya, llevo vestido, uno bonito de color rojo. No me niego a grabar un pequeño video en el que canto un trozo aleatorio de una canción al azar de la cual no recuerdo el nombre. Me siento hermosa por instantes. No sirve de nada que lo haga, sé que nadie me va a admirar nunca por mi belleza, solo lo harían por mi inteligencia. Y nadie lo ha hecho jamás.

Me siento frente a mi ordenador de nuevo a sabiendas que debería estar haciendo la comida antes de que llegue mi madre. Una historia surge de mis dedos, espera a ser escrita, me reclama mi lentitud con las teclas, me reclama el poco ahínco que le proporciono, lo poco que me curro su escritura. No escucho el sentimiento que transmiten mis dedos, no lo escucho para que no pierda su esencia, para que, simplemente, se plasme en la pantalla y quede ahí para mostrar a todo aquél que lo lea lo que significa. Una historia al azar, una guerra y un amor prohibido. Eso representa las letras que bailan en la pantalla. Tras ello me fijo en que sigo sola en casa y ya es tarde. Y no he comido. Ya se empieza a convertir en costumbre, últimamente apenas como. Debería remediarlo, lo sé. Me preocupo un poco por mi madre pero cojo una chaqueta, me la pongo sobre el vestido y salgo de casa dispuesta a buscar un restaurante donde poder comer algo y no tener que prepararlo, es la hora de la cena.

Una llamada resuena de nuevo en mi teléfono móvil, a lo largo del día varios amigos me han llamado. Nunca ha sido la voz que espero escuchar. Cambia mi suerte una vez más, cambia mi suerte y no puedo evitar sonreír por completo. Estoy en medio de la calle, las luces me llenan el alma, me obligan a mirar a mi alrededor. Y la voz ronca resuena en mis oídos y me eleva hasta donde el neón no se ve, me permite dejar de estar en esta calle, en este momento, con este aspecto. De nuevo soy solamente yo.

—¿Molesto mucho? —Y lo ha preguntado en inglés. Y es una voz preciosa, es una voz alucinante. Me sonrojo notablemente, me alegro de que él no pueda verlo. Quiero decir algo bonito, algo cursi, algo que se parezca a un “nunca molestarías”. Lo único que sale de mis labios es una frase entrecortada.

—¿Por qué ibas a molestar, P?

No lo sé, tus horarios, creo que deberías estar cenando ahora mismo y… Nada, olvídalo ¿Cómo estás?

—Estoy bien, llegué hace dos días del viaje que te comenté. —soy apenas capaz de armar una frase sin ponerme nerviosa. Él parece mucho más calmado, más maduro que yo. Me anima su actitud.

—¿Te apetece explicarme cómo te fue o aún soy demasiado desconocido como para ello? —más que dolido suena esperanzado, realmente puede estar creyendo que no quiero nada, que no quiero que me hable. Tal vez aún mantiene en su cabeza la imagen de mí siendo una escritora diva. No quiero que piense eso de mí. Me siento en un bordillo y empiezo a explicarle cosas.

Y parece que incluso pasan horas pero él admite que ha elegido una tarifa para pagar únicamente él. Esto me molesta porque no quiero que se gaste su dinero en alguien como yo. Siempre responde que todo el dinero sería poco para alguien con una sonrisa tan hermosa como la mía. En ése punto callo sin entender pero poco a poco recuperamos la conversación. Es amena, muchas veces se tiene que parar para repetirme la frase con lentitud y que yo la entienda. Mis anécdotas transcurren una tras otra y apenas cuando noto que el cielo ya está demasiado oscuro escucho algo extraño al otro lado de la línea. Es un:
“Date prisa, tío, tenemos que hacer las pruebas de sonido y te necesitamos, luego hablas con tu novia y le cuentas las guarradas que quieras.”

Puedo incluso jurar que se ha sonrojado aunque no puedo verlo. Sigo sin conocer su rostro así que no alcanzo a dar un tipo de reacción exacto con su cara. Sé que debe ser adorable. Emite una disculpa rápida y nos despedimos. Me parece realmente adorable, me parece extraño que me parezca así. Supongo que es el amor. Sé y acepto que aunque fuera feo continuaría enamorada de él. ¿Qué me ha hecho? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ello? Su voz se ha quedado grabada en mi memoria, su voz no para de sonar en mi cabeza con sus tonterías. “No suelo hablar con la gente, no me gustan las personas” me ha dicho en un momento dado. Lo podría aplicar a mi propia vida, lo sé, pero no lo hago y me retiro al primer bar que encuentro para conseguir un bocadillo de tortilla o algo similar. Realmente me muero de hambre.

Y mi semana santa transcurre entre dibujos y pinturas al óleo, entre escritos que se pierden los unos entre los otros y entre proyectos de historias largas que no me decido a escribir. Es una semana santa interesante, en especial porque todos los días a la misma hora recibo sus llamadas. A veces largas, a veces cortas, siempre interrumpidas por alguien que le necesita para algo. Me pregunto en qué trabaja exactamente.

jueves, 5 de abril de 2012

Tercera sonrisa


No le veo el sentido a la vida. Recuerdo que el día de mi cumpleaños, hace tres días, bailé hasta reventar y no quité de mi cara la sonrisa en el resto de la noche. Recuerdo haber reído junto a ellos y haber bebido más de un litro de refresco con cafeína. Recuerdo que el viernes llegamos a clase con ojeras por haber trasnochado. Es más, no llegamos a dormir ni media hora, nos dirigimos todos en el metro hasta clase con el aspecto enfermizo de quien se ha pasado la noche emborrachándose. Ninguno de nosotros –tal vez Marc –lo hizo. Así que no nos importaba lo que las ancianas que utilizan el transporte público pensasen. Nos dieron las notas ése mismo día y para mi agradable sorpresa únicamente había suspendido catalán. Con una nota bajísima en dibujo artístico pero ya me daba igual el dibujo artístico, era feliz con mi White Falcon en la espalda colgada durante el resto del día.

Recuerdo haber recibido la llamada de mi amigo Cristian ése mismo viernes, él es un chico que vive en Cádiz y que siempre me ha ayudado. Bueno, desde que nos conocemos. Recuerdo habérselo contado todo con emoción y voz afónica desde mi casa, recuerdo haberme puesto a llorar tras explicarlo con lujo de detalles. Recuerdo haberme despedido con una sonrisa. Se convertía en costumbre lo de sonreír. Y recuerdo las postales de felicitación de mis amigas de Madrid. Algo extraño, siempre estuvieron ahí, durante la secundaria, secando mis lágrimas en la distancia. Una de las cartas vino con un autógrafo de James y Oliver Phelps, los actores que protagonizan a los gemelos de Harry Potter. Me hicieron sonreír también. Pero lo único que hice fue tocar a Verónica durante toda la tarde. Y durante todo el sábado. El domingo me esforcé en hacer la maleta para irme de viaje.

Y llegamos de nuevo a mi presente. Es domingo y van a dar las once de la noche, estoy en el colegio, al lado de mis amigos, suspirando y esperando a que llegue la hora de irnos. Estoy hastiada porque en ésos tres días pese a lo que dije por teléfono no pude hablar con él. Me quedé dormida inmediatamente cada una de las noches y no llegué a tiempo. Lo he pensado y me separo un poco de mis amigos tomando mi teléfono móvil y escribiendo un email con él. En él le explico que he tenido bastante trabajo estos días, que he tenido muchas entregas escolares para conseguir un aprobado. Le cuento que me encanta Verónica y que no puedo dejar de tocarla, que le agradezco de todo corazón que haya hecho eso por mí y que… es el culpable de mis sonrisas. Le digo que mi inspiración parece haber vuelto a mí. Y lo más importante. Le cuento que estaré una semana sin hablar con él, que me voy de viaje escolar al País Vasco, a ver museos y cosas artísticas. Y, como siempre, termino con un “I miss you” igual al que él utilizaba como pseudónimo el primer día que entablamos conversación por Messenger.

Irene asoma su cabeza sobre mi hombro y me estira de los mofletes, feliz. Se sienta sobre mis piernas y echa una ojeada al email. Me abraza con sencillez, riendo, y respira en mi cuello, besándolo después. Sabe lo nerviosa que me pone que lo haga aunque me encanta que me preste tanta atención. Ella tiene novio –Duno, Delto, Dante creo que se llama, pero no lo sé del todo –y aun así se pasa el día provocándome.

—A pesar de esto… Seré tu princesa siempre ¿verdad?

—¿No te cansas de preguntármelo, Irene? —le pregunto sonriendo de lado, le devuelvo el abrazo y beso sus labios con paciencia y lentitud. Siempre va a haber éste tipo de confianzas con ella. Una tos nos hace levantar cabeza. Si antes dije que no recordaba cómo se llamaba su novio, mentí. Se llama Dalas y lo sé porque Irene se pasó el día entero hablando de él antes de comenzar a salir ambos. Está tras de mi y me reclama a su novia, la abrazo posesivamente y le saco la lengua—. Bueno, te la devuelvo porque me la voy a quedar durante todo el viaje. —le replico soltando a mi pequeña rubia.

Al autobús nos subimos aproximadamente a la una de la mañana y no puede faltar el beso de despedida que todo el mundo da a su pareja. Yo sigo sola. Siempre sola. No me importa demasiado pero es triste quedarme de pie recibiendo abrazos de mis amigos mientras que el resto está meloso con sus amores. Me imagino a mi chico anónimo abrazándome y besándome antes de subir a embarcarme en una travesía de siete horas en carretera.

Al entrar la juerga comienza, somos artistas y no pretendía pasar un viaje callada pero esperaba que me dejasen dormir. No lo hacen. Empiezan a repartir tazas de café porque han traído termos. Sé que esto nos va a afectar muchísimo, que no deberíamos estar haciéndolo porque realmente mañana tendremos mucho sueño y nos espera un largo día de museos y arte. Pero no opinan como yo. Nuestras voces se elevan, todas, la mía incluida, y hasta las tres y media de la mañana no se ofrece un poco de tranquilidad, los gritos se convierten en cuchicheos y yo, sentada al lado de Irene me dedico a jugar con su pelo mientras caigo en el sueño. Ella juega a un juego tonto con mi teléfono móvil hasta que parece estar cayendo rendida. Pero no se permite hacerlo, así que se obliga a mantener los ojos abiertos.

—Nana… ¿Tú crees que Dalas y yo tenemos futuro?

—Claro que sí, enana…

—No me llames enana, no soy más pequeña, sólo bajita. —Se ríe cuando yo murmuro “De acuerdo, princesa ¿Mejor así?” —. Me acuerdo del jueves… No esperaba verte llorar precisamente a ti.

—Lo teníais todo planeado, cabrona.

—Por supuesto, Nana. ¿Por quién me tomas? Era más que obvio que quería hacerte feliz. Me habías contado que desde sexto de primaria no lo celebrabas con tus amigos, quería darte una sorpresa y la madre de Marc no estaba en casa…

—Lo hiciste. Aún no lo he hecho pero… Quiero darte las gracias, princesa.

—¿No te pareció realmente bonito lo que hizo él? —pregunta continuando en la línea.

—Sí, Irene, sí. Me pareció realmente alucinante, pensaba en no aceptarlo pero… Ya la había mandado, no podía devolvérsela, se sentiría mal. Aunque creo que es demasiado, digo… Nadie se ha gastado tanto en un regalo para mí nunca. No lo sé, creo que fue demasiado pero… en especial… La llamada… Dios, quiero escuchar su voz de nuevo…

—Nana, dime algo. —murmura levantando la cabeza para encararme y poder hablar con toda la seriedad conmigo, a veces me da miedo cuando lo hace—. ¿Qué es él para ti?

—No lo sé. —le respondo en un murmuro también—. Es una persona demasiado importante. Ya sé que no conozco su nombre ni su cara pero desde que me envió el primer email, desde que lo empecé a conocer… Me gustaría que estuviera aquí, en éste viaje, o tal vez esperándome en Barcelona a la vuelta…—se lo cuento en voz baja para que el resto del autobús no se entere del todo.

—Eres misteriosa, siempre has sido un misterio para mí… ¿Me lo explicarás? ¿Me explicarás qué pasa por tu cabeza? —de nuevo lo hace, me encanta y a la vez odio que lo haga, que se tumbe sobre mis piernas y me mire desde abajo esperando mi respuesta. Me encanta porque es distinta y especial y creo que ella puede derribar mis barreras pero en el fondo tiene razón, siempre he sido cerrada de cara al mundo, siempre soy escandalosa y parece que me conoces, pero si lo reflexionas te das cuenta de que no es así. Yo misma no me había fijado hasta que Irene me lo dijo un día al azar en un momento al azar. Y aunque le doy vueltas e intento negarlo: es verdad.

—Es extraño y puedes llamarme loca pero… ¿Es posible enamorarse de alguien si no sabes nada realmente sobre él? Me siento sola, Irene. A veces… A veces… Estoy rodeada de gente. Y no importa cuántas personas sean porque sigo sintiéndome sola. Incluso ahora, contigo a mi lado, sé que no lo estoy, sé que me apoyas, pero hay algo en mi interior que está mal, necesito algo. Y no sé qué es. Y quisiera averiguarlo, porque la angustia a veces me mata. No me entiendo… ¿Por qué siempre he sido diferente, Irene? ¿Por qué nunca puedo ser feliz del todo?

—Shh, Nana, tranquila…—susurra levantándose de mis piernas y abrazándome. Desde detrás sé que Marc nos mira sin atreverse a decir nada que interrumpa el momento, a veces es capaz de respetarnos—. ¿Sabes qué veo cuando te miro? —niego con la cabeza, esperando de nuevo su ingenio y ánimos—. Veo a alguien diferente, sí, pero no es malo, es demasiado bueno. Veo a alguien especial que no debería estar aquí, veo a alguien que realmente se merece ser feliz. Pero ¿Sabes qué es lo que pienso, Nana, cuando lo analizo? —Vuelvo a negar, sin ser capaz de hablar, porque lloro y de mis ojos caen lágrimas que ella seca con sus dedos—. Pienso que tienes que pasarlo mal, que tienes que ver y entender el mundo desde fuera, ser una vigilante, para ser mejor que las personas normales. Eres especial, te lo repito, y si hay dolor ahora es para que luego aprecies mucho más la felicidad, para que luego no puedas dejar de sonreír junto a nosotros. Porque ten seguro que nosotros estaremos ahí cuando, finalmente, el mundo se dé cuenta de quién eres. —Me aprieta más contra ella y me acaricia el pelo, corto.

Marc aprovecha este momento para asomar su cabeza por el hueco de los asientos y hablar con paciencia y tranquilidad porque su compañero se ha quedado dormido. ¿En qué asiento se habrá puesto Gato Negro? No lo sé, pero sé que estará bien. Marc acaricia también mi cabeza y me separa de mi princesa para poder verme sin impedimentos. A veces es capaz de ser sensible.

—¿Sabes qué creo yo, Hermanita? —Siempre me llama así, dice que me tiene que proteger aunque yo lo niegue y me haga la fuerte—. Creo que puedes amar a alguien de quien no conoces el rostro. Recuerda lo que dicen los artistas y los locos, el amor es ciego. ¿Por qué no puede serlo para ti también? —pero parece que se ha cansado de ser filosófico porque me despeina con fuerza y se ríe—. Además se tienen que dar cuenta del genio que hay dentro de ti y el mundo va a temblar cuando salgamos a la luz como grupo de música. En serio, enana, tú y yo llegaremos lejos. Peeero por ahora estamos yendo hacia Euskadi y eso es lo que importa, no te rayes.

Asiento y le beso en la frente antes de recostarme en el asiento con Irene encima, como antes y cerrar los ojos. Murmuro un “buenas noches” e Irene ríe antes de abrazarse a mi cintura en afán de peluche. Creo que tomaré complejo de compañera inerte de cama si todo esto continúa así durante nuestro viaje.

No despierto por mi propio pie, para nada. Son los maestros los que hacen ruido para que abramos los ojos y bajemos del vehículo que ya ha estacionado. Hace muchísimo más frío que en Barcelona pero no es de extrañar teniendo en cuenta que estamos al norte del país. Mi mirada viaja por encima de mis compañeros, realmente volvemos a aparentar ser unos estudiantes universitarios resacosos. Cosa que no somos, simplemente tenemos una falta de sueño bastante grande.

—Os lo advertí ayer antes de empezar a contar elefantes y telarañas. —dejo caer en el aire y me encojo de hombros despertando a Irene. Ella abre los ojos lentamente también y Marc hace algo que era obvio y parecía previsto por completo. Se acerca a ella y la levanta en brazos despertándola del todo. Irene grita y se revuelve para bajar.

Una vez hemos bajado del autobús y tenemos las maletas me doy cuenta de que no tengo mi teléfono móvil. Irene se ríe cuando se lo digo y rebusca en su falda para dármelo. Se disculpa alegando que se le olvidó dármelo por la noche. Me encanta su sonrisa traviesa, ésa que solamente pone cuando ha hecho algo en extremo reprochable. Miro el aparato y en apariencia no le ha sucedido nada. Pero fijándome un poco más veo que hay fotografías nuevas en la cámara. Al abrirlas veo la cosa más horrible que pudo pasar: Soy yo durmiendo con una sonrisa en los labios.

—¿Sabes qué? A veces te odio muchísimo. —le digo completamente en serio. Pero nuestra pequeña rabieta dura apenas unos instantes porque nos tenemos que encaminar hacia el primer museo, hacia las esculturas, a aprender. Siempre es aprender. Y me encanta, no sé por qué. Me gusta el conocimiento, la experiencia.

Podré jurar, años después, que la brisa que toca y acaricia mi cara en el peine de los vientos es algo que no habré olvidado porque me puedo sentir libre por unos instantes y soñar, soñar que vuelo por ése cielo azul despejado que hay hoy. Me encanta. De nuevo pienso en mis proyectos, en mis ganas de vivir una vida que parece que no me quiere en ella. Pero las palabras de mis amigos me hacen despertar de pronto.

Todo vuelve a tener sentido. Sonrío y me dedico a disfrutar el viaje. No se puede resumir en unas líneas la falta de sueño que me acosa durante el resto de días, las comidas se me hacen siempre pesadas porque apenas me gusta nada de lo que sirven en el lugar, pero a veces están bien, supongo. Los hoteles son bonitos, se puede descansar en ellos y disfrutar de las vistas que nos ofrece ésta región de España. Por eso cada una de las esculturas, cada una de las obras de arte que vemos, me llegan al corazón.

Por eso no evito que Irene me haga fotos pero no falta el momento en que se las hago yo a ella sin importarme sus quejas. Por eso me gusta el lugar. Se comparten los momentos con amigos, se comparten risas y exclamaciones, se comparten las broncas por hacer algo que no debimos. Me río por no llorar cuando me quedo fuera del cuarto y me cierran por dentro aunque yo llevo solamente la ropa interior. Me deshago en lágrimas cuando llega la nostalgia en determinado momento antes de dormir. Y siempre está ahí Irene, echándome fotos sin mi permiso. Igualmente la adoro. No sé qué debe estar tramando, no quiero saber qué está tramando. Me gusta la intriga.

Y sonrío cuando llega el final del viaje y nos montamos en el autobús. Como siempre, doy la nota porque voy en pijama. Bostezo y me siento en el mismo lugar que en el camino de ida. Irene vuelve a estar sentada a mi lado y yo me limito a iniciar alguna broma, algo que poder recordar junto a los retazos de éste viaje que me ha alejado de la rutina por una semana entera. Creo que a lo lejos escucho aullar a Gato Negro.

Marina.