miércoles, 18 de abril de 2012

Séptima Sonrisa


—¿Qué significa eso? —pregunta.

Yo siento que voy a llorar, suena a rechazo, su pregunta suena a dolor y abandono. Parece que la soledad va a volver a mí, que no va a pasar ni un solo día en el que lleguen sus mensajes a mi teléfono o email.

—Que…

—No, espera, no lo repitas… Ahora te llamo. —me interrumpe y escucho la línea comunicar.

Muerdo mi labio y las lágrimas que se amontonaban en mis ojos gritan, quieren salir. Yo las dejo, finalmente se deslizan por mis mejillas y yo apretó los puños, más aún. Mi teléfono móvil acaba estrellado contra la pared –¡bendita funda que lo hace irrompible!–, pero mi mano corre la misma suerte y un puñetazo se ha estrellado contra la superficie blanca. La rabia me invade, siento que desde que le conozco mis emociones fluyen muchísimo más. He dejado de ser tan calmada, me dejo llevar. Demasiado, creo.

Me tiro sobre la cama y abrazo la almohada. No sé por qué lloro. No le conocía. Igual es un viejo baboso, igual es un pederasta que quería acostarse conmigo solamente y le da miedo eso que dije. O… ¡No lo sé, no encuentro el consuelo! Su voz en mi cabeza se repite una y otra vez, su pregunta. Ése “¿Qué significa eso?” me ha dolido. Demasiado. Y  lo sé y lo acepto. Pero no puedo superarlo. Porque he llegado a quererlo hasta la saciedad, he llegado a pensar en él cada uno de los segundos de mis días y a soñar con él todas las noches.

Mi madre entra en mi cuarto mucho rato después, cuando empieza a despuntar el sol por la ventana y yo no he dormido nada en toda la noche. Se preocupa por mi aspecto y agradezco que sea sábado y no tenga que ir a clase porque eso sería un martirio. No quiero mirar mi teléfono y sin embargo lo hago, me siento como una adolescente más al hacerlo. Me siento estúpida, me odio a mi misma por haberme enamorado. En el whattsapp tengo mensajes de nuevo. Ninguno es de él. Ninguno.

Lo vuelvo a tirar en el suelo y me tapo más aún con las mantas, sin dejar que el sol me toque la piel, la persiana debería estar cerrada, sería  más interesante mi depresión si estuviera sumida en la oscuridad. Porque entonces nadie vería mis lágrimas, ni siquiera yo misma. Y eso sería mucho mejor.

Me levanto a regañadientes cuando ya se hace insoportable la luz. Camino, arrastrando los pies, hasta la cocina. Y preparo un vaso de leche con nesquik. Mi madre se ha ido a trabajar así que estoy sola. Yo y mi depresión. Suena el timbre de casa, un Ding Dong que parece que vaya a romper  mi cráneo. Me duele muchísimo la cabeza después de haber estado casi toda la noche llorando. Me dirijo lentamente murmurando algo que suena parecido a un ‘Ya voy’ pero no puedo asegurar haberlo dicho. El sonido insiste y cuando abro la puerta puedo jurar que la cara de Irene es de terror.

Me mira y alucina, sé que debo ofrecer un aspecto lamentable, que mi pelo estará despeinado y las ojeras presentes en casi toda mi cara. Probablemente también piense que estoy enferma. Me abraza pese a ello. Yo vuelvo a romper en llanto y le devuelvo el abrazo con el doble de fuerza, apretándola contra mí sin hacerle daño.

No habla hasta que me he separado de ella, mucho más calmada, cierro la puerta y caminamos ambas hacia la cocina, quiero tomarme mi desayuno aún. Y una pastilla. Abro el armario de los medicamentos y una Aspirina acaba en mis manos.

—¿Qué ha pasado, Nana? —pregunta de pronto. Es obvio, sin embargo. Niego con la cabeza, me trago la pastilla con la mitad del vaso de leche chocolateada.

—No lo sé…—murmuro, otra lágrima cae por mi mejilla y la seco. Soy una llorona, creo que se me han disparado los sentimientos. Debería saberlo ya, Personalidad Límite es como se llama este trastorno específico, llevar cada uno de los sentimientos al extremo y tener opiniones y acciones muy contrapuestas.

—A ver, me lo explicas lentamente…

—Resulta que se me escapó algo que no debía haber dicho y él no quiso dejarme decir nada y me colgó. Era un rechazo, Irene, un rechazo… Me odia. Y yo me he enamorado de él. Soy estúpida a nivel extremo. Claro... ¿Qué clase de adulto podría quererme a mí?

—Cualquiera, Nana. ¿Cuántas veces te voy a tener que repetir que eres guapa y demasiado genial…?—ella es tajante, siempre es tajante. Y yo no la creeré jamás, no soy lo que ella cree que soy, soy un… ¿Horror?

—Jamás te creeré, lo digas cuantas veces lo digas…—suelto, ella se desespera porque pretendo dar la conversación por finalizada.

Lo haría. Pero suena algo de fondo, es la conocida melodía, es My way Home is through you de My Chemical Romance y mi respiración se desvanece. Quiero ser orgullosa y no cogerlo pero es tarde para pensar en eso porque he echado a correr a mi habitación y he removido la mitad de cojines del suelo hasta dar con mi teléfono móvil. Es él. No puedo cogerlo, me siento incapaz. Irene, a mi lado, responde la llamada quitándome el aparato.

—¿Si?

—“No eres ella…”

—No, soy Irene, seguro que me recuerdas… ¿Qué has hecho ésta vez?

—“Pásamela, por favor… Tengo algo que decirle, va, va.”

Irene resopla y me tiende el móvil, lo cojo y lo pongo contra mi oreja. Sin que me fije demasiado mi amiga rubia está ya fuera de mi cuarto, en la cocina. Espero unos segundos y hablo, no quiero que se note que he llorado.

Hola…

—¿Nana? Por fin… No he podido librarme de ella hasta ahora. Lo siento mucho, por colgarte tan repentinamente.

—¿Ella?

—La cantante. —Para él debe ser obvio de quién hablaba. Sí, a decir verdad debe ser extremadamente obvio, porque no añade nada más.

—Oh, claro… Seguro que es rubia, impresionante y despampanante… ¿Qué, te la has tirado a gusto mientras yo me preguntaba qué he hecho mal? —Sé lo patética que debe sonar mi voz, porque suena a celos y a tristeza, a melancolía extrema, suena como si al colgar fuera a correr al baño a cortarme las venas.

—…¿¡Qué!?

—Que si te la has…

—¡Ya te he oído, diablos! ¿Por qué piensas que me he tirado a mi cantante? Por el amor de Dios, no puedo creerme que no me conozcas. —grita y se desespera, parece que él es quien no me entiende a mí ésta vez.

—Tal vez ése es el problema, que no te conozco. —demasiado fría, tal vez. Triste, si me conoces. Pero siempre tranquila, no voy a llorar mientras hablamos, sería muy patético.

—Nana, reflexiona un momento. Lo sabes todo, sabes cómo me siento siempre, eres capaz de sacarme una sonrisa con tus palabras. ¿A qué viene esto ahora?

—¿No lo entienes, P?

—Creo que no, creo que ésta vez no soy capaz de seguirte.

—Te amo, idiota.

No puedes amarme, no sabes quién soy… ¿O si lo sabes? Dime, por favor, que no sabes con quién hablas, que no me conoces…

Ese es el problema al que no doy ninguna importancia. Pero… Te amo aunque no te conozco, no sé tu nombre, no sé cómo es tu rostro. Creo que soy idiota porque te lo estoy confesando por teléfono, porque es patético que me haya pasado la noche llorando por tu rechazo y…

—Espera. Espera. Quieta. Para. Deja de hablar. ¿Qué rechazo dices? —cambia de tema aunque suena más bien a confusión.

—Dijiste “¿Qué significa esto?” y colgaste. —Murmuro, aunque el teléfono debe haber captado mis palabras.

—No, no te equivoques. Colgué porque tenía que hacer cosas. Cosas como, por ejemplo, atender a una cantante idiota que no estaba conforme con la letra de la canción. —explica, mi corazón da un vuelco porque, aunque ahora todo cuadra, sigue sin haber contestado nada acerca de mi amor hacia él. Las lágrimas amenazan con salir de nuevo. Me muerdo el labio, no quiero que lo hagan.

—Pues ya lo sabes, entonces. Me he enamorado de ti.

—¿Por qué?

—¿No te lo han dicho nunca? Si amas la inteligencia, lo admiras; el dinero, es interés; la belleza, es deseo… Pero si lo haces sin saber el motivo, es amor. —comento amargamente, Irene sigue trasteando cosas en mi cocina. Al otro lado de la línea se escucha un suspiro.

Te amo. —suena. Y mi corazón salta, y mi mano se dirige a mi boca y la cubre.

—¿Qué…?

—Que te amo, quise hacerte feliz y que sonrieras porque no quise que alguien que escribía ésas cosas, las sintiese de verdad. Luego te conocí más, apenas me hablaste supe que me había enamorado. Y ahora me dices que me amas, pero sigues sin saber nada en realidad acerca de mí. Y yo estoy planteándome ponerme a saltar de felicidad o tirarme por un puente, a partes igual. Porque no está bien esto, porque no deberías poder amarme, deberías limitarte a ser feliz con lo que intento darte, con las sonrisas que sé que estás sacando últimamente.

—Si lo sientes, está bien, no importa lo que diga la sociedad. Pero no te tires por un puente, no lo hagas…—El silencio cubre unos segundos, que se convierten en minutos, la línea. Aguanto la respiración, esperando que diga algo. Finalmente suspira.

—¿Quieres saber quién soy…?—pregunta.

—Sí. —lo he respondido sin reflexionar.

—Espera a que aquí sea tarde y pueda tener un ordenador entre manos. —murmura. Asiento pero me doy cuenta de que él no puede ver el gesto.

—De acuerdo.

Escucho una voz femenina al otro lado, horriblemente femenina. No entiendo qué es lo que dice, exactamente, pero aunque se me crispan los nervios y el pensamiento es parecido a un “Es mío, zorra, no le dirijas la palabra” no digo nada, no quiero decir nada aún. Dice amarme, sí, pero… Puede ser todo un juego. Soy una chiquilla, al fin y al cabo, es probable que sea un viejo baboso o un hombre demasiado salido que necesita a una niña pequeña para sus cosas. Tiemblo un poco

—Princesa, tengo que irme de nuevo o se me pasará la hora de grabación… ¿Sabes? I love you. —puedo incluso jurar que su voz ha sonado más alta en la despedida. Me gusta pensar e imaginar que hay por ahí una chica rubia que lo ha escuchado y está rabiando porque él es mío. No sé aún cómo es, pero me da igual porque lo haré pronto. No quiero hacerlo. Sí, quiero hacerlo. No. Dios, no sé qué es lo que quiero…

—Hasta luego, I love you too. —respondo. Y cuelgo yo, no me gustan las tonterías del “Cuelga tu, no, tu, no, tu.”. Bah.

Irene entra en el cuarto y me abraza, yo estoy sonriendo y se lo devuelvo. Le agradezco en el mismo gesto que haga esto por mi porque realmente a veces me encuentro demasiado perdida, a veces siento que soy la persona más patética del planeta y entonces me deprimo. Luego la gente se extraña de que a veces vaya muy emo por la vida. No es mi culpa, me odio a mi misma.

—Y ahora vas a vestirte y vas a peinarte y vamos a salir a dar una vuelta. —asegura. Yo sonrío, por fin alegre al saberme querida y correspondida por él y acepto que sea ella quien elija mi ropa. Supongo que todo puede ser divertido si se intenta lo suficiente.

Marina.

1 comentario:

  1. Sinceramente P es un cabrón xD entiendo los puntos de vista D: pero cooooñooo!! Tanto secretismo me pone enferma DDD: Quiero saber quién es xDDD y y y y y y D: de nuevo nos dejas con la miel en la boca vale vale DDD:
    ^^ Y como siempre, buen trabajo Nana.
    (Bipolaridad power XD)

    ResponderEliminar