lunes, 2 de abril de 2012

Segunda sonrisa

Los días pueden pasar con lentitud, siempre pasan con lentitud. Yo estudio, soy una simple estudiante de arte. Bueno, tampoco se puede decir que sea simple. Tengo dieciséis años y pronto cumpliré diecisiete. Concretamente mañana. Yo sé, soy perfectamente consciente, de que nadie aparte de mi familia se acordará. Tal vez alguno de mis amigos de clase lo haga. Tengo amigos, inexplicablemente, desde que estudio arte. Pero no puedo confiar en ello, siempre he sido muy callada en éste aspecto… No le veo el sentido a contar mis penas en público, no le veo el sentido a esperar felicitaciones por algo de lo que yo no tengo la culpa ni he influido…

Creo que ya han pasado dos meses desde que comencé a hablar con él. Eso es porque siempre se me pasa más deprisa el tiempo cuando hablamos. He bajado mi rendimiento escolar por que me quedo hasta tarde, tardísimo, hablando por Messenger con él. Sigo sin saber su nombre y no me importa. Me ha confiado tantas cosas que no creo que pueda ser verdad, que no creo que realmente haya alguien que, sin conocerme, confíe en mí tanto como para hablar tan abiertamente.

Él parece hacerlo. Al volver de clase siempre hago los deberes, al volver de clase entro al ordenador por si acaso él decidió madrugar. Y, sin embargo, llevo cuatro días o cinco sin entablar conversación, sin verle conectarse.  Lo cual no debería afectarme para nada pero creo que se ha convertido en alguien demasiado importante. En éstos cuatro días mi vida ha dado un pequeño giro. Ya es normal verme dibujando en libretas a un hombre sin rostro a mi lado, abrazándome y protegiéndome. Puede que sea mi pequeña obsesión. Pero no quiero continuar con ella. Solamente es un fanático Americano al que le gusta lo que escribo. Y que no tiene ninguna foto mía. No sé su edad, su nombre o su lugar de vivienda. No sé nada de él. Nada a nivel de información personal. Su vida sí la sé, sé que siempre ha sido un chico algo problemático, que jugaba al fútbol durante sus años de instituto y que toca el bajo. A veces me cuenta sus problemas y me pide opinión sobre rimas aunque sabe que no soy poeta si no novelista. A él no le importa, le gusta que le ayude, le gusta que le aconseje. Y no entiendo por qué me siento bien. No entiendo por qué me gusta ser importante para alguien.

Mi padre siempre me ha dicho que no dé mi información en la red, siempre me ha dicho que no es bueno que la gente sepa cosas de mí. Pero hay momentos en los que la voz de mi padre no me dice nada, hay momentos en los que cometo imprudencias. Porque estoy sola y nadie me entiende, porque mis amigos prefieren irse a beber alcohol por la noche en lugar de ver una película a mi lado, porque mi familia siempre tiene cosas que hacer. Y por eso no me importa haber dejado mi número a ése chico misterioso a la semana de haber entablado conversación por primera vez. Pero imagino que será por alguna tontería, o tal vez no. No quiero pensar demasiado en cosas así. Me duermo sobre el teclado esperando que se conecte, esperando que el chico que me lee y entiende e intenta animarme, que ése chico decida encender su ordenador y dirigirme alguna palabra. No lo hace.

Y llega mi cumpleaños.

Abro mi teléfono móvil por la mañana y hay un mensaje de Olga. Siempre. Ella siempre lo hace. Me llegó a las doce de la noche en punto, es la primera felicitación. Recuerdo haberlo leído antes de llegar a dormirme, pero estaba demasiado traspuesta para entenderlo. Es cursi, como todos los años. Y como todos los años, no puedo evitar sonreír y desear contarle qué sucede en mi vida. Sé que no lo aceptará si se lo explico, ella querrá que baje a la tierra de nuevo, que deje de soñar con alguien a quien no conozco ni voy a conocer, a alguien sin rostro ni nombre.

Me desperezo y me duele el cuello por la mala posición en que he pasado la noche. Mis pasos son lentos y se dirigen a la cocina. Mamá está preparando mi desayuno y enciende una vela sobre una magdalena antes de dármela con una sonrisa cantándome el cumpleaños feliz en voz baja para no despertar a mi hermano. La recibo con una sonrisa algo triste al saber que a mi abuela le encantaría haberme visto así, crecer. Tengo diecisiete años, diecisiete clavados. Pido un deseo y soplo la vela. “Deseo ser feliz”. Suena tan tópico, tan normal. Todo el mundo parece buscar la felicidad. Por eso añado algo que espero que no me falle. “Deseo que… que me hagan sonreír al menos durante el día de hoy.”

Mi móvil vibra de nuevo, lo miro y es un mensaje de mi padre. Sonrío automáticamente al abrirlo y leerlo. Me llama princesa y me desea un feliz cumpleaños. Lo cierro y lo guardo en el bolsillo del pijama. Corro sabiendo que llego tarde a clase y me visto. Siempre me visto del mismo modo, yo no soy como el resto. ¿Por qué no puedo ser normal? No lo sé. Ojalá lo supiera. Mis tejanos son de campana y mis camisetas son algo largas, me gustan largas. Llevo el cabello corto ¿lo había mencionado? Muy corto, excesivamente corto para ser una chica. Y siempre lo llevo revuelto. Me pongo un gorro y cuelgo mis auriculares de mi cuello. Salgo a la calle sin preocuparme de cerrar bien la puerta, aún se tiene que despertar mi hermano e ir a su colegio de primaria. Entra una hora más tarde que yo.

Mi camino se hace corto en transporte público y llego a tiempo para entregar el trabajo de dibujo artístico que me faltaba por presentar. No me gusta ésa asignatura, en realidad ya odio por completo todas las clases que se imparten. Odio los estudios. Y me pregunto en qué momento sucedió eso, yo siempre amé ser diferente y poder estudiar sin preocuparme del qué dirán, siempre me gustó sacar buenas notas en matemáticas. No se puede decir que me gustase ir a clase. Cuando todo el mundo te odia, no te puede gustar presentarte para impartir las materias obligatorias.

¿Cuándo mi pasión por el arte y el dibujo se convirtió en mi peor pesadilla? No quiero averiguarlo, de verdad no quiero. Prefiero pensar que se esfumó por arte de magia.

En clase nadie parece recordar que hoy cumplo años. ¿A alguien le importaría que lo hiciera? Es probable que en Facebook haya ya más de setenta notificaciones diciéndolo. Falsos, son todos unos falsos. No quiero saber nada más de ellos. ¿Por qué conservo mi cuenta en la red social, de todos modos? Hay un papelito que vuela a mi escritorio y me hace girarme, detrás de mi están ellas. No se puede decir que seamos grandes amigas pero intentan hacerme reír cada día, cotilleamos juntas y, en general, se portan genial conmigo. Les sonrío de lado y saco un tema de conversación al azar. Natalia es quien me pide que no desvíe el tema, que es mi cumpleaños y no va a dejarlo pasar. Se levanta y todo e interrumpe a la profesora para comenzar a cantar y abrazarme después de hacerlo. Yo estoy colorada, solamente ella se ha acordado y el resto de clase simplemente la ha seguido en su intento suicida. Me sacan una pequeña sonrisa, algo falsa. Ella también debió ser alertada por Facebook.

La hora del receso es una hora de liberación, encuentro a mis amigos, a ésos amigos que tengo en el nuevo lugar. Son cinco personas que se reúnen entorno a mí y me abrazan. Y no sé por qué es Irene la que ha sacado un bolígrafo y ha apuntado en mi mano una dirección y una hora. Es a media tarde, en el Piso de alguien al azar, no sé de quién es cada dirección. No me queda más que asentir y sonreír. Y agradecerles que me hayan felicitado ellos que no han entrado a Facebook desde hace tiempo. Irene me pide mi móvil y se lo lleva durante un rato alegando que necesita llamar. Yo se lo permito ¿Cómo podría negarle nada? Aunque he de admitir que últimamente se ha aprovechado un poco de ése pequeño hecho, siempre toma mi teléfono. Yo no miro a quién llama. No me importa, es su vida y ella es responsable de sus actos.

Dentro de clase espero de nuevo a que todo termine. Y en mi cabeza aparece de nuevo el chico misterioso. Me pregunto si se habrá cansado de mí, si habrá decidido olvidarlo todo, olvidar a la escritora del tres al cuarto de internet y centrarse en ésa vida rota que se supone que posee. A la salida de clase es Gato Negro quien me obliga a irme con ella a dar una vuelta y comer algo antes de ir a mi cita en el apartamento. No sé qué puede ser pero me huelo que estarán ellos. En el fondo es demasiado obvio.

La hora llega antes de lo previsto y caminamos hacia allá, al no haber nadie en el piso que pueda abrirme la puerta del portal para que pase, entro en el Starbucks de al lado y todo es como de costumbre, la gente de aquí a allá, hacen su vida sin pensar en el resto del mundo, continúan hablando y riendo sin tenerme en cuenta. Me siento en una mesa con Gato Negro al lado. Y de pronto llega Irene sonriendo con las llaves en la mano, se disculpa por hacerme esperar y me lleva de la mano junto a Gato al edificio de al lado para abrir la puerta y hacerme entrar. Parece preocupada durante todos sus movimientos. Al entrar se abren las luces, es la típica fiesta sorpresa. Marc, Josefina, y Olga que, milagrosamente, ha podido venir, se plantan frente a mí y se disculpan alegando que no tienen un regalo. Excepto Irene, quien, a modo de broma, me planta un gorro de aviador sobre la cabeza y unas gafas a juego. Al ver que me río decide ir a una de las habitaciones y volver con una caja no muy grande. La abro y lo que me encuentro me emociona muchísimo, son varios tomos limitados de Spiderman y Watchmen. Sé que los han estado escogiendo entre ella y Marc. Josefina me da un abrazo, a ella jamás la culparía, en realidad odio los regalos y solo porque son ellos los acepto. De todos modos su presencia es lo mejor, porque es casi imposible verla normalmente.
No me importa, de todos modos agradezco mucho el gesto que han tenido, agradezco que se hayan acordado y hayan decidido montarme una fiesta sorpresa. Me dan una coca cola porque Irene no se fía que beba algo con alcohol, a pesar de haber cumplido los diecisiete.

Van a sacar mi pastel. Lo ha hecho Txell con ayuda de Jordi. Ellos no están en mi fiesta. El pastel sabe a dioses, ellos cocinan demasiado bien, no puedo evitar reírme a su lado cada vez que lo traen a clase, pero ésta vez lo hicieron en exclusiva para mi, parece la típica fiesta de niño de primaria pero soy feliz a mis diecisiete años. Soy feliz porque ellos, aunque sean cinco personas, han decidido hacer algo especial, no se han contentado con escribir “felicidades” en una pantalla. Pantalla. Recuerdo a mi chico sin cara ni nombre. Ojalá él estuviera aquí.

Por la puerta aparece Aesh, respirando agitadamente, rompiendo mis pensamientos. Carga lo que parece un paquete bastante pesado y envuelto en una caja con varios sellos enormes de la correspondencia aérea. Deja delante de mí el paquete e Irene insiste en que lo abra de inmediato, parece emocionada.

Lo hago. Y no me puedo creer que sean todos tan cabrones. Llevo una de mis manos a mi boca y la tapo, mordiendo mi labio, intentando que las lágrimas no caigan en tropel de mis ojos. No lo consigo, en seguida me pongo a llorar. Y me abrazo a Aesh que, casualmente es el primero al que alcanzo.

Es una Gretsch. Una Grestch White Falcon. La guitarra de mis sueños.

—Os odio. —alcanzo a decir entre hipidos, me abrazan por turnos y me sonríen como solo ellos saben hacer. —Os odio muchísimo. —Ellos murmuran débiles “lo sabemos” al notar que lloro de felicidad. Podría jurar que no me creen, sé que no lo hacen. En realidad los adoro. —¿De quién fue la idea?

—No te lo creerías. —murmura Irene con una sonrisa.

—¿No pretendes probarla? —pregunta Marc precisamente. Mi mirada asesina es suficiente para que aparte sus manos del paquete que me ha costado abrir. Irene parece haber desaparecido junto a Olga. Pronto las alcanzo a ver, están en la otra punta de la sala hablando con alguien por mi móvil que, inexplicablemente, está en sus manos.

—¡Marina, espera, espera, no la toques aún! —se exaspera Irene. Están tocando algo que no me importa porque es mi fiesta y delante de mí hay una guitarra demasiado alucinante. Olga se me acerca y estira de mi hasta llevarme a una habitación contigua a ése comedor.

—Yo tengo algo para ti…—dice con tranquilidad, abriendo su bolso y sacando unos papeles. —¿Sabes qué es esto? —yo niego con mi cabeza, mi emoción sigue intacta con la guitarra que debería estar en mis manos. —Es un contrato. Léelo. —Y cuando lo hago no puedo evitar abrazarla aún más fuerte, por mucho que ella odie los abrazos, por mucho que ella no quiera contacto físico. Porque es algo especial. Muy especial.

Un contrato que indica que han aceptado mi novela en Random House Mondadory.

Salimos al comedor tras varios minutos cuando Irene, cómplice, se asoma para indicarnos que deberíamos dejar de entretenernos. Marc tiene en sus manos mi guitarra y yo se la arranco con sumo cuidado. La acaricio y le agradezco que me la haya afinado, le abrazo porque es como un hermano para mí. Todos ellos se sientan en el sofá y esperan impacientes a que haga algo. Cuando dejo de abrazar a la guitarra también, posiciono mis dedos y casi inconscientemente surge el Romance anónimo. Parecen todos orgullosos porque una Gretsch no es una guitarra buena para hacer solo una cosa si no que se puede tocar todo lo que quieras. El silencio inunda la sala y es interrumpido únicamente por las notas de mi guitarra.

Dentro del silencio, cuando acabo de tocar, todos se miran en extremo cómplices entre ellos. No hablan, no lo hacen hasta que escucho el sonido robótico de unos aplausos. Aplausos que nadie está emitiendo. Aplausos que surgen, precisamente, de mi teléfono móvil que Irene sostiene en sus manos. No comprendo exactamente qué sucede hasta que la rubia sonríe a todos mis amigos y les indica silencio absoluto.

It sounds like if you really know how to play little Verónica… Did you like my birthday present? —Sé quién es en el momento en el que escucho su voz. No la había oído antes pero no importa, lo reconozco, reconozco el tono pícaro que imagino cuando escribimos, el altavoz está puesto y también Irene puede escucharlo, y el resto de mis amigos. Abrazo con fuerza la guitarra, Verónica se llama, y me muerdo el labio para no empezar a llorar. —Happy Birthday, Minna. Even I am not the first who wishes it to you.


Traducción: [Suena como si realmente supieras cómo tocar a la pequeña "Verónica". ¿Te ha gustado mi regalo de cumpleaños? // Feliz cumpleaños, Minna. Aunque no sea el primero que te lo desea.]

—Thank… you… —comienzo con la voz ahogada, continúo sin ser capaz de articular palabra, no me creo que esto haya sido cosa suya colaborando con el par de rubias. Aunque todo cobra sentido en ése caso. —You… You… You have remembered my birthday… Thank you so much and… you hadn’t to do something like this and…

Traducción: [Gra...cias... // Tu... Tu... Tu has recordado mi cumpleaños... Muchísimas gracias y... no tenías que hacer algo como esto y....]

Shh, my princess. Be quiet and happy. Please, smile and dance until your foot pray for mercy. Enjoy your friend’s party, please. I missed you these days. I’ll see you tomorrow. If you want, of course.


Traducción: [Shhh, mi princesa. "Calla y sé feliz". Por favor, sonríe y baila hasta que tus pies rueguen por piedad. Disfruta la fiesta de tus amigos, por favor. Te eché de menos éstos días. Te veré mañana. Si tu quieres, por supuesto.]

E Irene cuelga. Y yo me echo a llorar incluso más escandalosamente que antes. Ellos se ríen amigablemente e Irene me pasa el vaso de cocacola. Sé que soy una sensiblona en éste tipo de cosas. Pero acabo de escuchar su voz. Y…

—Irene… Olga… Marc… Josefina… ¿La guitarra…?—pregunto, insegura.

—No me preguntes a mí, que la cargo desde el aeropuerto… Para qué. Bah. —murmura Alex quejándose claramente de mi poca falta de atención. —Pero te lo respondo: Ninguno de nosotros ha puesto un solo duro en ella, la ha enviado tu chico misterioso desde… ¿Chicago? Creo que sí. ¿Qué pone en el sello? —no lo pregunta, lo mira directamente pero parece incapaz de entenderlo. —Hombre, está enviada desde Los Angeles pero el Remitente es de Chicago. ¿Con qué tipo de gente te codeas?

—Hombre, he de decir que he estado colaborando para ello. —añade Irene. Yo lo ignoro, ignoro ése comentario y pretendo que la fiesta siga pero…

Su pregunta me deja pasmada. Mi sonrisa no se ha borrado, es la segunda gran sonrisa con la guitarra en una mano y el contrato y los comics en la otra. Pero me lo cuestiono yo también. ¿Quién es él y por qué me ha enviado la guitarra de mis sueños?


Marina.

2 comentarios:

  1. Pf de nuevo me dejaste sin palabras. Dios, y ni te imaginas como se me han puesto los pelos de pollo cuando la llama por teléfono. En serio, sé que suena repetitivo, pero eres increíble. Como ya te dije, seguiré esperando que subas otro capítulo.

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    1. ¿Tienes tú idea de lo mucho que me emociono cuando alguien dice algo así sobre mi trabajo? ;w;

      A mi se me pusieron tremendamente de punta mientras lo escribía, creo que me he llegado a emocionar yo más escribiendo que la gente que lo lee cuando lo lee, sí.

      En fin, subiré otro capítulo mañana o pasado mañana porque tampoco me paso el día escribiendo ése proyecto en particular así que... Gracias por comentar. :3

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